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El viaje de la mariposa - Jesus Chavez

El viaje de la mariposa

 
La mujer hecha de mangle fuerte, se fue en Paz y con amor.
 
Martina Chávez, murió. Emprendió el viaje de la mariposa un viernes muy de mañana. Elevó alas y por la madrugada del sábado llegó a su santuario: Puerto San Carlos, su patria doméstica. Fue una mujer feliz. Nació no para vivir, sino para servir. Lo hizo como una forma de vida desde la niñez hasta ese día que cerró sus ojos. Integrante de una gran familia, Martina recibió una cálida despedida acorde a sus méritos. El velatorio de siempre. El amplio nicho que hace once años recibió a doña Maria, su madre. Y dos a Francisco su padre. su “Cuaz”. Abierto de par en par. Al centro: de oriente a poniente, se instaló el ataúd blanco, intensamente blanco. Abierto de la parte superior mostrando el rostro de la mariposa, en Paz. En ese recinto a reventar estuvimos todos. Encabezados por Frank, su compañero de vida, la familia entera.
Fue el funeral de los pobres. Martina y sus circunstancias. Su corte de caja y saldos de su vida. A favor obvio, las lagrimas. Y el premio: decenas de manos que acarician el cristal de la mortaja.
Ojos tristes de niños. Y sollozos de mayores. El ritual sagrado de quienes no perdemos el valor de la familia. Y decir adiós a uno de sus componentes.
 
Cuerpo en vela todo el sábado. Y la llegada incesante de contingentes de todos lados. En una cocineta se dispensó burritos, comida. Y donantes anónimos de charolas de pan. Y grandes cafeteras. Todo en armonía.
 
Afuera del velatorio gente triste, como esperando algo. O tal vez cuidando a la guerrera en su descanso. Y llegó la lluvia, la cascada de lágrimas intermitentes de quienes desde arriba, también les duele su muerte.
 
Martina fue una mujer hecha de mangle fuerte. No fue débil. De una vocación permanente al dialogo. Lucho por su pueblo al que gobernó con hechos, no con palabras.
Pionera en la defensa de la mujer. Y de la libertad de expresión. En sus discursos nunca se limitó. Dijo lo que quiso. Y como quiso.
 
Nunca lo exhibió. Y tal vez hago mal en señalarlo, pero se debe saber para valorar más a esta mujer. Siempre dedico su tiempo y recursos al cuidado de enfermos mentales y discapacitados. “ Lo hago con el corazón” me dijo una vez.
 
Y ahí postrada. En ese ataúd la mariposa pasó la noche. El domingo de su resurrección, muy temprano voló a la iglesia. Y otra vez la muchedumbre. Juntos, unidos sus hermanos. Su pueblo. Su gente. Y afuera seguía la lluvia con dolor.
 
Después el viaje final. Costeando, el desfile de vehículos, lentamente. Atrás quedaba su pueblo, ahí su casita humilde, sin chapas ni candados donde llegaban todos. Atrás el puerto escenario de sus correrías infantiles y de sus primeras enseñanzas. Atrás quedaba todo.
 
Y en el panteón la tristeza de todos. La congoja global. Y otra vez la lluvia. Los brazos de sus hermanos asistiendo en el entierro. Sus hijas, nieta y nieto. Toda su familia. Sus jóvenes sobrinos apoyando el descenso del ataúd. Y en el ambiente la música, sus canciones. La principal “Ay, mariposa de amor mi mariposa de amor
 
Ya no regreso contigo
Ay, mariposa de amor, mi mariposa de amor
Nunca jamás junto a ti…”
 
Lágrimas de la mayoría y de su hermano que en su mensaje le dijo que mujeres como ella no se van jamás, porque quedan impregnadas en sus obras.
 
El telón de esta obra cayó. El montículo de tierra pletórico de flores. Y un epitafio: del pueblo, para el pueblo. Y en su cruz: mariposa traicionera, murió por amor.
 

Jesús Chavez Jimenez
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