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Pasando por umi - Victor Octavio Castro

Pasando por Umi

Este fin de semana ¡por fin! realice un viaje largamente pospuesto al campo pesquero “Los Burros”, viaje que disfrute conociendo antiguos “parajes” de asentamientos indios como la sierra de Umi –que le da el nombre a la mesa de Umi– así como los últimos vestigios del asentamiento o rancho guaycura de Umi sobre el camino a “Los Burros”, y en medio el rancho “Las Tinajitas”, un oasis en la parte plana irrigado por un ojo de agua dulce que se filtra de las estribaciones de la sierra de Umi, agua que a su vez es conducida por gravedad a través de mangueras que recorren varios kilómetros dándole vida al rancho ganadero y chivero y a un huerto de árboles frutales que se distingue entre la resequedad de la tierra desde varios kilómetros de distancia.

Camino malo, muy malo, casi a vuelta de rueda que exige usar doble tracción tanto en las partes planas como la bajada y subida de la cuesta de “Los Burros”–, mucha piedras, cañadas y arroyos pedregosos, subir dos inmensas e imponentes sierras hasta llegar al cumbre de la cuesta o bajada a “Los Burros”, la cuesta más impresionante, peligrosa y mala que he caminado en mi vida, más de cuatro kilómetros de bajada o subidas zigzagueantes, según sea el caso, de camino extremadamente peligroso con curvas muy cerradas, empinadas y pronunciadas donde solo cabe, a duras penas, la rodada de un carro, con voladeros a los dos lados y eso sí con vistas –paisajes– inigualables e impresionantes, no alcance a conocer “Los Dolores”, antigua misión del mismo nombre donde se construyó una hacienda en la que se producía muy buen vino artesanal, conservas de frutas, frutas, hortalizas, granos diversos y palmas datileras, ya habrá tiempo para conocer.

Los Dolores por lo que me han platicado infinidad de amigos desde tiempos atrás, fue un centro misional –antigua misión jesuita– donde se produjeron los primeros vinos de uva de la california jesuita, de los primeros huertos de árboles frutales donde también se cosecharon por vez primera granos básicos como frijol, chícharo, trigo, garbanzo, habas, hortalizas y de los primeros centros misionales donde se crío ganado, ganado caballar y chivas; desde la parte alta de la cumbre se divisa la mancha verde de los huertos y el viejo casco misional donde actualmente vive una familia.

Salimos cerca del mediodía de Los Llanos, ni frío ni calor, eso sí mucha bruma y brisa sobre la costa y en la sierra, mi cuñado y compadre “Beto” Ojeda, Jorge Amador Escobar, su hijo Jorge y el profesor de la telesecundaria de La Soledad, Andrés Espinosa Escobar, entretenida platica sobre el camino hasta que llegamos a la cuesta que descendería solo porque mis acompañantes, por miedo o precaución, decidieron bajarla a pie, así que no me dejaron otra opción que pegarme al volante del “prieto azabache” encomendado al señor, y vaya que se necesita encomendarse para descender esa cuesta que no tiene sinigual en Baja California Sur.

Llegamos a la casa de doña Merced León y de don Jesús “Tito” Romero, viejo pescador, quienes de inmediato se dieron a la tarea de destender unas de harina (tortillas) sobre el comal, colar café de grano y preparar una sabrosísima machaca de jurel, amplio solar con varios corredores de techo de palma, muy modesta como todas las casas de Los Burros, como verdes jardines poblado de árboles frutales, palmeras y matas de jardín, todo muy limpio, muy agradable lugar, la playa muy limpia de aguas color turquesa, nos entretuvimos ver desde la orilla a numerosas cubanas (mantarrayas negras) aleteando y jugueteando sobre la superficie del agua a escasos metros de la orilla, también visitamos a mi amiga doña Cristina Gutiérrez y a Efraín Romero, en su casa de muchos corredores que se me antojaron para organizar un baile, lugar muy agradable muy cerca de la playa, finalmente visitamos a don Benito León, pescadores y ganadero, quien nos regaló un buen pedazo de jurel fresco, no había pescado porque era domingo y no habían tendido las redes.

Platicando con gente de allí, gente de trabajo y no de grilla, gente noble y sincera, me compartieron los dos problemas que más los aquejan; el mal estado del camino y la escasez de agua, pese a que el precio del pescado ha bajado por falta de mercado y consumo les pega menos que lo del camino y lo del agua, hay poca agua porque el año pasado no llovió y el reseco acuífero resintió y el camino que siguen esperando que alguna autoridad se apiade de ellos, como son solo 12 familias las que viven allí, de ahí que a los políticos no les interese porque significan muy pocos votos, ni siquiera en estos momentos que andan mendigando un desbalagado voto.

Ahora sí, ¡Fierros! pa’ tras a subir la cuesta a vuelta de rueda con el cambio fuerte del doble, mis acompañantes, al igual que yo, con mucho miedo, los desfiladeros son impresionantes, el más mínimo error y adiós, una volcadura es fatal, ya que subimos después de cerca de una hora de ir agarrados hasta con las uñas y tras varias derrapadas sobre las piedras sueltas del “prieto azabache” (blazer) se calentó, en la cumbre tuvimos que hacer escala una técnica para revisar los niveles y echarle agua al radiador, ya en la cima mis compañeros recuperaron el habla y de ahí pal real era platica y platica y empinar el codo dándole mate a un cartón de ballenas, en Los Burros no quisieron tomar, mucho menos ni en la bajada ni en la subida de la cuesta, llegamos pardeando a la casa de Jorge donde se inmediato se pusieron asar costillas de res que acompañamos con tortillas de harina recién salidas del comal, frijoles refritos, verdura picada, salsa de molcajete y refrescos de cola, esa tarde-noche nos quedamos hasta bien entrada la noche, platicando disfrutando el viento que corría de los cañones en dirección a Los Llanos; dos días y dos noches compartiendo con excelentes amigos la vida de rancho, la vida sana que me gustaría seguir compartiendo hasta el fin de mis días. ¡Que chulada!.

Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a victoroctaviobcs@hotmail.com


Victor Octavio García Castro
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1 comentario en “Pasando por Umi”

  1. Olgafreda Cota

    Una narración interesante, muy vívida, de esa parte de Sudcalifornia que pocos tienen el privilegio de conocer, increíble no sólo por su hermosura sino también por la oportunidad de convivir con esa gente tan sencilla y hospitalaria.
    Me gustó mucho.
    Olgafreda Cota

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