Korima PLACE

juan Melgar

De Obregón Perla y Escopinichi

Por Juan Melgar.
Una valiosa aportación de Arturo Meza

Obregón Perla se despertó antes de la salida del sol, cuando las olitas mansas de la marea alta en la ensenada le estaban llegando a los talones. Sentado sobre la arena blanca bajo el muelle Fiscal, calzó los zapatones y se incorporó; tomó el costal, se lo echó al hombro y con su perro Amarillo al costado, caminó por el malecón haciendo sonar las latas vacías que colgaban de su chaquetón de marinero. Enfrentó los arenales de la 16 y torció por una calle empedrada hasta llegar a La Preferida, donde una cocinera le daría huesos de canilla y pata para el can, y dos empanadas de frijol y un café colado que el hombre hizo avanzar por el gaznate pellejudo con rapidez y elegancia de pelícano. Agradeció con lenta inclinación de cabeza e inició su recorrido cotidiano del Esterito al Manglito, de aquí al Santuario, a la tenería Viosca, a los patios algodoneros de la MacFaden, a la Vaquilla y de regreso por la tarde al jardín Velasco, la iglesia, el Palacio de Gobierno frente al que, sentado en una de las bancas de cemento, dio migas de birote a las palomas de Castilla que se le arrimaban sin temor, pese a la mirada vigilante y confundida del Amarillo, echado baja la banca.

El trote cotidiano de Obregón Perla por las arterias polvosas del puerto causaba expectación entre los chamacos dañistos que le arrojaban piedritas, intentando hacer sonar las latas que le colgaban y las medallas de corcholatas apachurradas prendidas al raído chaquetón. En ciertos puntos se detenía para afirmar a media voz: “Soy Obregón Perla, almirante de la mar océana y custodio de la flota aquí fondeada frente al Mogote, que contiene cofres con las más hermosas perlas buceadas antaño por los naturales de esta California”.

¿Qué llevaba en el costal? Algunos decían que flores y hojas de toloache para apendejar locos furiosos; ramitas de istafiate para

tratar fiebres tercianas y tenesmos súbitos; raíces de palodearco y cholla, eficaces en la sanación de llagas supurantes del pie; goma de torote y mezquite para cerrar cortadas; florecitas de malvón mesteño para darles la contra a tarantas y alferecías… y así. Otros aseguraban que no; que en el costal acarreaba las cartas de amor que le habrían escrito sus numerosas amantes, desparramadas por puertos de los 7 mares.

Nadie supo lo que cargaba en el costal.

La tarde que lo encontraron en un campo de huizapoles con la pelleja endurecida, incontables chuparrosas le brotaban del vientre para perderse en el ocaso por el rumbo de Los Filos, según narra su biógrafo, el escritor Fernando Escopinichi en el libro Los días de aquel tiempo.



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