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Abuelo deja de hacer aviones - Malena Sorhouet

Abuelo! Deja de hacer aviones

Abuelo deja de hacer aviones y ayúdame a partir los tomates para la ensalada, “espérame que estoy haciendo un DC9 maravilloso» dijo sin pelar y siguió con su proyecto de ingeniería en la mesa de la cocina. Al ratito me pidió un cuchillo, “’¿lo lavastes?» y como un rayo se oyó la voz de mi madre desde la estufa dónde estaba friendo pescado.  «Lavaste se dice».

Mi apá a ciertos verbos les pone una s de más. Mi madre tiene 50 años corrigiéndolo y él como viendo llover. A mí me da mucha ternura, todos sabemos que desde los 14 años, los dos, tuvieron que salir a buscarse la vida de  modo que lo que a uno le falta a la otra le sobra, una vez me dio su receta del convivir, (es facilito, yo traigo los frijoles y tu mamá los cocina), mi madre  se bebía todos los libros que podía porque tuvo siempre claro que  superarse era lo único que podía llevarla a tener una mejor vida, se subió a ése tren y nunca se bajó, hay veces que la encuentro en la biblioteca de su casa buscando una palabra que no conocía en el diccionario, mientras que  mi padre resolvió su hambre de saber sudando y picando piedra, a él, le dio por usar las manos y la cabeza para ir aprendiendo todos los días algo que no sabía, era un hombrón, que con la pura secundaria terminada, aprendió a hacer casas, caminos, fuentes y aeropuertos (que todavía existen) valiéndose de toda la astucia del que no sabe pero lo va aprender todo en cinco minutos y a los 28 años ya traía a cuadrillas de 90 gentes trabajando abajo de él.

La hicieron y la hicieron bien, y no, no me refiero a vivir una vida de lujos, porque eso cualquiera lo hace, lujo es vivir bajo el mismo techo sin haberse insultado jamás de la vida, sin un solo pleito o mala mirada, con un amor bien especial que no lo he visto en ningún otro lado, así que por mí que le ponga dos o tres letras de más a su vocabulario, mi padre, eso no le resta un gramo de su dignidad de persona. Así es él, así lo quiero.

En cinco minutos terminó de picar los tomates, y le digo, te traigo el limón y la sal y me mirá con esa mirada tan de él. «¿Cómo?» dijo cascabeleando. «¿Limón y sal? Noooo, que te pasa… estás loca. Anda ve por el aceite de oliva, el vinagre, tantito orégano y pimienta y un buen puño de sal gorda. Adórnate la vida, hermana, ( así me llama a veces)  échale algo bueno pa que sepa bien. La vida ya tiene suficiente limón y sal, pero hay que saber condimentarla con otras cosas, hay que saber adornarla, me entendistes?»

Malena Sorhouet
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