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Sol - Florentino Ortega

Sol

El Sol. Es inmensamente grande. Tan grande que la tierra cabe más de un millón de veces dentro de él.

Allí, en el interior de sus entrañas, todos los elementos se desdoblan y se convierten en otros más pesados, y éstos a su vez, van esperando su turno para fundirse también en ese infierno indescriptible.

Sus cinco mil quinientos grados de temperatura se diluyen a través de los 150 millones de kilómetros que nos separan y llega hasta nosotros como una leve caricia de vida reparadora y tibia.

Es sol es inmensamente grande y sin embargo, hoy he completado 66 giros en su derredor, en esta nave quebradiza de agua y roca, en este barco de papel galáctico que es nuestro planeta tierra

Como un insecto hipnotizado ante una bombilla de luz, he viajado en torno a él a 107 mil 280 kilómetros por hora, siguiendo una órbita elíptica de 930 millones de kilómetros en cada ocasión, una y otra vez, llevando conmigo en cada traslación, todas mis guerras ganadas y mis guerras perdidas, y cargando un equipaje más voluminoso en cada vuelta.

Adentro de ese equipaje, también viajan desparramadas, mis tristezas y mis alegrías, mis risas y mis llantos, revueltos en un amasijo democrático de sal y azúcar, de miel y hiel, de canto y silencio, de odios y ternuras, de miedos y esperanzas.

Como un cometa esclavizado, giro alrededor del sol, y atrás de mi va quedando una cauda luminosa de poemas nonatos y canciones sin terminar, de palabras que dije y que nunca dije, de amores sempiternos y de amores perdidos, de miradas de amor y desamor, de envidias enterradas en el camposanto del olvido, de defectos y virtudes y aciertos y pecados; todos ellos envueltos en esa misma caja policroma de regalos que es la vida.

Aún con toda mi soberbia a cuestas, no he perdido la virtud de seguir asombrándome ante un atardecer o un plenilunio, y ante todos los milagros de la vida; y no he dejado de estar consciente de lo inmensamente pequeño que soy y que he sido y de lo inmensamente afortunado que fui al estar acompañado ante esas maravillas increíbles, siempre de una mano cercana, de una sonrisa tierna, de una copa de vino o de una cerveza bien helada.

Y así seguiré girando en torno al sol hasta el fin de los tiempos, si es que los tiempos tienen fin.

Seguirá mi osamenta pudriéndose en ese viaje inacabable, retornando al polvo que fui, a la roca y al agua, a la hoja y la raíz; hasta que el sol, con su hambre infinita, se trague para siempre la carroza funeraria que será para ese entonces, este planeta nuestro, donde solo verán sin siquiera comprenderlo, aquel brillo final, las lagartijas y las cucarachas…

Gracias a todos los que de una u otra manera, menos o más, poquito o mucho, lejanos o cercanos, me han acompañado en esta travesía que es la vida, tal vez sin quererlo a veces, o tal vez deseándolo y queriéndolo…


Florentino Ortega
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