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Miguel Angel Aviles Castro

Plañideras

No es tan sencillo llorar. Mejor dicho: no es tan sencillo llorar si no hay de por medio una razón que lo provoque. Por eso es que el hacerlo, sin más ni más y todavía hacerlo desconsoladamente a pecho abierto como si el pesar fuera insoportable, es aún más meritorio, sobre todo si es por un difunto que tienes frente a ti, que no conoces, y que no es nada tuyo, ni él ni los presentes.

Por eso creo que el trabajo que desempeñaron y siguen desempeñando las plañideras es digno de admirarse y, si me apuran, hasta es causa de envidia.

 Es que no cualquiera se gana la vida llorando un día sí y otro también en el velorio que lo contraten a uno, con tal de que el velatorio adquiera un ambiente apropiado para la ocasión.

Las mujeres que optaron por ese oficio sí que se han ganado un lugar en la historia.

Vale madre que sí.

Y digo así, en presente, que se han ganado, porque, no me van a creer, pero este oficio sigue con vida, no sólo en este país sino en otras partes del mundo, no le hace que no les llamen plañideras, si al fin y al cabo hacen lo mismo.

La gente grande, si hace memoria, no batallará para identificarlas y habrá de recordar porque lo leyó en la Biblia o por cualquiera de las tantas veces que las vio en algún velorio de esta ciudad o de la de origen, en ese pueblo, o en aquella comunidad, llore y llore, sentada, ahí, en una esquinita o a la vista de todos, sin saber o sí, que no era una simple doliente emparentada con el muerto sino alguien que estaba trabajando, ejerciendo con vehemencia su oficio y que su labor era llorar.

Los más jóvenes, si no están enterados, sepan que estas mentadas plañideras eran mujeres a quienes se les pagaba por ir a llorar al rito funerario o al entierro de los difuntitos y para ello se ajuareaban con toda la indumentaria ad doc para una ceremonia de esa naturaleza: vestidas de negro, con velo, un rosario si tenían y hasta un vaso donde recogían las lágrimas que derramaban y que luego iban a depositar en la cabecera de la tumba de quien despedían. Así de profesional ha sido este peculiar oficio.

En mi caso supe de ellas gracias a mi madre quien me dijo que, en el pueblo de su nacencia, había expertas doñitas que iban al domicilio donde se llevaban a cabo las exequias y, apalabrados o pagadas por adelantado por parte de algunos de los deudos, se acomodaban cerquita del cajón y órale, se soltaban llorando a todo pulmón como si nunca fueran a parar.

Eso me lo comentó después de que yo, con curiosidad, le preguntara una mañana por doña María, una señora vestida de negro, de trenza larga y canosa que solía estar invariablemente, en todos los velorios de parientes que se realizaban en mi casa,  pues han de saber que  a mi amá, siempre dispuesta a dar la mano, le dio por acondicionar en más de una fecha la casa como funeraria a fin de que sus familiares de origen no tuvieran que gastar, o porque era tradición velarlos así o porque no era tan común que hubiera servicios funerarios formalmente establecidos.

En serio, doña María o doña Mariita, a todos los velorios iba y lloraba bien recio como si le pagaran a destajo. Nomás a ratitos se quedaba en silencio, pero de pronto otra vez soltaba el grito y se aventaba un llanto largo bien largo y ladino como si fuera patrulla.

Es de las mejores plañideras que he conocido, aunque tampoco he conocido muchas. En persona, digo. Pero más las que ustedes recuerden aquí en Sonora, allá en Michoacán, en Oaxaca o en el propio San Juan del Río, Querétaro y en muchos lugares más, hay plañideras. Incluso, en ese pueblo queretano se celebra un moderno concurso de plañideras dentro del Festival Anual de Día de Muertos, ahí a finales de octubre y principios de noviembre.

Eso sí: yo pensaba que las plañideras sólo existían en México y ya casi me ponía a exigir la denominación de origen. Pero no, fíjense. No vayan a llorar, pero lamentablemente no. Existen en muchas partes más, con sus características propias y me temo que, en el caso de Inglaterra, por ejemplo, ya nos lleva un pie adelante. Cuando lo supe, casi me pongo a llorar.

Sí, estos méndigos ingleses vieron tal espacio de oportunidad y ya cuentan con una empresa que se ha especializado en este mercado, ofreciendo actores para que haya mayor asistencia en los velorios cuando el muerto no fue muy popular o se había trasladado hace poco a una ciudad y aún no tenía muchos conocidos o, acudiendo poca gente al velatorio, la familia ve que aquellos está medio solón y quiere que haya un funeral multitudinario con gente hasta pa aventar parriba.

Ah, pero no sólo lloran, sino que además fingen que eran amigos del muerto y platican con otras personas comentando detalles personales del fallecido para que crean que realmente eran conocidos y para ello se informan sobre la vida del que está en el ataúd y comentan anécdotas sobre esta persona.

Tales opciones hacen acordarme de mi amigocha Lucía quien en un viernes de café en el mercado , en la que recordábamos a las plañideras, me contó que, en no sé qué parte de Sinaloa, no únicamente también las hay, sino que, modernizadas y al grito de renovarse o morir, tienen un sofisticado esquema de contratación de acuerdo al gusto o a la preferencia del cliente lo cual, desde luego, hace que el costo del servicio varíe y de paso, ya enterado uno, le entre el conquilleo por explotar tan exitoso giro.

Mi amiga no me dio el catálogo de precios o la libreta azul de estas mujeres, pero quiero imaginármelo: ir a llorar al velorio, solamente, tanto. Llorar como doña María y hacer como que te desmayas, otro tanto. Llorar abrazada del ataúd pues un poco más. Llorar abrazada del ataúd y ahí mero desmayarte, mucho más.

De camino al panteón sería algo parecido: acompañarlos llorando será un precio módico. Pero si quieres que llore y toque la carroza mientras ésta avanza, ahí aumentaría tantito. Si quieren que llore en sollozos o con fuerza pero que vaya de copiloto en la carroza, el precio se puede disparar pero, literalmente, valdrá la pena. Si ya deseas que allá en el panteón, llore, se aferre al cajón y se quiera aventar al pozo, entonces sí amerita platicarse y acordar un precio porque también se cobra el riesgo.

Supongo que, en cuanto al alcohol para hacer más real el desmayo y los pañuelos para limpiarse los mocos, corre a cuenta de ellas. Pero nomás supongo, ya ven que todo está muy caro y quizá no sea costeable. No sé.

Tampoco sé si en mis respectivas pompas fúnebres o en mi humilde velorio habrá una plañidera o se aparecerá doña Mariita dale que dale con su llanto o ante las circunstancias personales de mi final donde siga siendo como hasta ahora un desconocido, tengan que contratar a uno de esos personajes que hay en Inglaterra, ya sea trayéndolo de allá y o para entonces ya clntemos con una versión mexicanizada de plañideras o de plañideros.

 Quién sabe.

Ya habrá alguna ocasión para que cualquiera de ustedes me lo cuenten en el otro mundo o en el otro plano, como dicen ahora. Y si así es, nos daremos un abrazo y lloraremos los dos de puro gusto.


Miguel Ángel Avilés Castro
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