Korima PLACE

Arturo Meza

Mi primo chochita

Todo lo arreglaba, para todo tenía una solución, cuando se mantenía callado sabías que algo estaba maquinando, alguna travesura, alguna gran idea o las dos cosas a la vez que, generalmente, nos metía en problemas. Hijo de mi tía Queta Osuna y del maistro José Rosas –Chocha- Aguilar, pioneros de las salinas de Guerrero Negro por lo tanto, era Chochita ¿Como te llamas? –le preguntaban cuando era muy pequeño –Luis Alonso Aguilar, a sus órdenes, Osuna- decía. Sabía que había que colocar el “a sus órdenes”, pero no sabía en dónde. Tenía  esa inteligencia rápida, deductiva, daba la apariencia que su cerebros era una rueda por la que pasaban ideas una tras otra- y de pronto venía la buena, la que seleccionaba, entonces pelaba los ojos y esbozaba una gran sonrisa. Había que prepararse, algo iba a pasar.

Compartimos, en Santa Rosalía, cuando entramos a la secundaria, el palomar de la casa de la abuela Clotilde en la calle once, había muerto hacía poco el abuelo José, el palomar quedó inhabitado lleno de herramientas y cajas de libros y revistas. Ahí estaban acumulados como 20 años de las revistas Siempre, Life, selecciones Reader Digest, Sucesos, Contenido. Libros, una gran cantidad de libros y cómics que el Tío Sergio -lector compulsivo- seguía acumulando. Teníamos lectura para toda la vida, pasábamos horas y horas hojeando, cuando chochita no andaba ideando fechorías con el Nato Cota y el Tono Gil compinches de fatigar, una y otra vez, el método científico. Mi primo venía de Guerrero Negro, yo, de San Ignacio, íbamos en el mismo grupo de la secundaria, hicimos las mismas amistades, sacábamos las mismas calificaciones, tuvimos novia en común e hicimos las mismas travesuras. Como cuando nos robamos el examen de inglés.

El Profe entró a la dirección y le dejó el examen a la secretaria, ella tenía la obligación de mimeografiarlo y tenerlo listo el día del examen para el que faltaban tres días. Lo mimeografió, sacó las copias y dejó el bonche en el escritorio. Dieron las dos de la tarde, la escuela quedó sola y el examen en el escritorio. Se veía por la ventanilla de persianas que se podían abrir, pero los exámenes estaban a metro y medio ¿Cómo sacarlo? Tan cerca pero tan lejos. –Llamen a Chochita, seguro tiene una idea- en efecto, fue, vio, hizo cálculos mentales, sacó raíz cuadrada, regla de tres, catetos e hipotenusa y nada dijo. Partió hacia el palomar a buscar herramienta. Al rato volvió con unas tenazas a las que ató un palo largo en cada manubrio, de tal manera que se podía maniobrar desde lejos, metimos el armatoste por la ventanilla y sacamos limpiamente un examen. Chochita solventó el problema, luego resolvimos el examen, sobrados, con cierta indolencia, nos dimos el lujo de sacar ocho.

Entre otras cosas que nos mandaban nuestros padres había chocolates americanos, Pay Day, Tres Mosqueteros, Milky Way, Zero, Big Hunk y demás, la abuela, la Tía Bertha los administraban, los guardaban en un mueble de cocina que tenía puertas con llave y cajones arriba, así que los ansiados chocolates – a los que no teníamos libre demanda-  se encontraban bajo llave –tan lejos pero tan cerca- Sin embargo, por la noche, cuando todo mundo dormía, Chocha se levantaba -¿quieres un chocolate? – si, claro- Y llegaba con dos barras, una para cada quien. Obviamente las administradoras sabían que alguien robaba chocolates, era inútil preguntarnos, negaríamos el asunto con victimizada hipocresía. Cuando finalmente terminamos la secundaria, que cada quien partiría a seguir estudios, las administradoras no se quisieron perder el misterio y preguntaron ¿Cómo es que se robaban los chocolates?. Chocha se acercó al mueble, sacó el cajón de arriba y metió la mano al compartimiento donde estaban los chocolates. Era tan simple la artimaña, así funcionaba la mente chochística.

Los inviernos suelen ser crudos en Santa Rosalía, hay días sumamente fríos, por la noche, antes de dormir solíamos leer hasta que el sueño llegara, el problema es que había que apagar la luz, ninguno de los dos se quería levantar. –te toca a ti- -que yo la apagué anoche- – que fui yo- que yo llevó dos días apagándola- Un día, de entre toda la herramienta del palomar, Chochita encontró unas argollas que atornilló en el techo madera, luego hizo pasar por las  argollas un hilo de nylon cuyo extremo caía en la cabecera de su cama mientras el otro extremo estaba amarrado a la tapa de un veliz que al abrirla, la parte de atrás de la tapa bajaba el interruptor de luz, así apagaba la luz desde su cama, cómodamente acostado. El dispositivo era infalible.

Su mente de investigador lo llevó a la Escuela de Oceanografía de Ensenada. Estudiante constante, amante del mar y sus incógnitas, cursaba la carrera sin tropiezos, fue de los primeros en su clase, buceador avanzado. Estaba a punto de terminar la carrera en 1979, todos los días abonaba datos a la tesis con la que se recibiría, un cierto crecimiento de algas que monitoreaba con dedicación. Nadie sabe que sucedió, salió temprano, el mar estaba calmo, cuando lo buscaron flotaba sin vida en la Bahía de Ensenada.

El 2020 cumplimos 50 años de haber salido de la Secundaria Manuel F Montoya de Santa Rosalía, a causa de la pandemia no pudimos reunirnos para celebrar en todo lo alto. En esa reunión, el espíritu de mi Primo Chocha seguro rondaría porque, la gran mayoría de la Generación 67–70 lo recuerda con cariño.



Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *