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Medicos - Arturo Meza

Médicos, los cambios

Antes de los setentas, los médicos eran profesionales liberales que al salir de la escuela ponían su consultorio, se empleaba en una clínica y, unos más que otros, llegaban a tener una vida cómoda. Pronto conseguían lo que a la mayoría de los médicos, hoy les lleva varios años: estabilidad laboral, visibilidad social, capacidad económica con sobrante para viajes y recreación, así como para seguir su educación en congresos y cursos. Rápidamente, el médico ascendía en la escala social y ocupaba un lugar privilegiado, formaba parte de clubes y partidos políticos, su movilidad social era envidiable.
En la práctica profesional, el médico era autoritario, jamás pedía el concurso del paciente para establecer tratamientos y terapias, su ordenes –que no sugerencias- no se discutían, el doctor nunca se equivocaba y era todólogo, lo mismo asistía un parto que atendía a un chamaco con gripa, diagnosticaba un soplo cardiaco que operaba una apendicitis o colocaba un aparato de yeso. Asimismo administraba hospitales, armaba planes epidemiológicos y campañas de vacunación.
 
Poco a poco ese médico fue desapareciendo, los estamentos, la información médica empezó a crecer, a descubrir nuevas enfermedades, nuevos aparatos, nuevos estudios de laboratorios, de imágenes; se esbozan otras teorías para explicar enfermedades, nacían nuevas maniobras quirúrgicas; se diseñaron nuevos medicamentos, anestésicos, antimicrobianos, analgésicos. Las escuelas de medicina tuvieron que cambiar sus planes de estudio y nuevas asignaturas aparecieron; tuvieron que aumentarle años y materias a la carrera. Desaparecieron objetos de estudio, aparecieron otros, las modernas asignaturas ya no estaban al alcance del todólogo, no era posible aprehender tanto conocimiento, tantos libros, tantas revistas. Se hizo necesaria la especialización en tal o cual materia para poder llevar a cabo aprendizajes y prácticas cada vez más complejas. Conocimiento más profundo en un área más pequeña de la medicina.
 
Nacieron las especialidades motu proprio, cada uno de estos médicos todólogos elegía, según sus intereses, habilidades, gustos, la especialidad que mejor le acomodara, así nacieron los ginecólogos, los pediatra, cirujanos e internistas. Después, a principio de los setentas se crearía el Sistema Nacional de Residencias Médicas con un programa universitario y certámenes para entrar a hacer residencias médicas de tres años, en un principio, hoy de cuatro.
 
No solo nacían las especialidades, el trabajo del médico ya no estaba en su consultorio y clínicas particulares, el ISSSTE, el IMSS extendían su cobertura de tal manera que cada vez acudían menos pacientes a los consultorios privados, las instituciones de seguridad social se llenaban de pacientes que hacían cola para la consulta y se acumulaban las listas de programación de cirugía. Aquel médico liberal se convertía en un asalariado, con horario fijo, que tenía que emplearse en al menos dos instituciones. Salía de una para ir a checar la entrada en otra. Se convertía en un obrero con derecho –y obligación- a sindicalizarse. Quien en el hospital del Seguro era el “doctor tal”, en el sindicato era el “compañero tal” que tenía las mismas prestaciones, derechos y obligaciones que el resto de los empleados. La posición social del médico tendía a la baja, igual que su posición económica.
El público, por su parte, empezaba a ver al médico, ya no como aquel infalible autoritario que todo sabía, que todo resolvía. La democratización del país, la cobertura de las instituciones, la institucionalización –diría Iván Ilich- de la salud y la enfermedad, empezaba a recelar de la preparación de los médicos, de sus diagnósticos y tratamientos. Ante el aumento demográfico y el aumento de la cobertura de las instituciones de seguridad social -casi la única fuente de empleo- necesitaba mayor número de médicos para cubrir sus turnos, así, las escuelas de medicina abrían las matrículas y a despecho de la calidad, egresaban médicos al vapor al final de los setentas.
 
El prepago de las instituciones transformó a un cliente más enérgico y exigente; acudían al médico a cobrar lo que ya habían pagado. Con frecuencia el médico recién salido de la escuela, con la carga sentimental del idealista que va a ayudar a sus semejantes, con ínfulas de paladín de las causas justas se encontró con un paciente agresivo, desconfiado que al cabo de algunos meses, era casi su enemigo y no objeto de sus cuidados. El médico empezaba a tener una actitud defensiva y el choque no se dejaba esperar. Al cabo de algunos años, aquel jovencito idealista se convertía en un burócrata más en espera de cumplir años de trabajo para aspirar a la jubilación.
 
Tales cambios ocurrieron en un lapso de treinta años. Hoy en día, el médico todólogo, líder social, infalible y autoritario ya no existe. El médico de hoy en día es un jornalero que trabaja todo el día, que apenas le queda tiempo para estudiar, que convive con la espada de Damocles de la denuncia y la desconfianza, que requiere de varios salarios para tener una vida desahogada y necesita también, de toda la fuerza de la vocación para continuar los sueños de juventud que lo llevaron a ser médico.
 
Aun así, no es poca cosa, la medicina debe ser una de las áreas más bellas del conocimiento humano.
 


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