Korima PLACE

Liza - Emilio Arce

“Liza”

Del libro El Corral Viejo, de Emilio Arce

Estoy acostado incómodo, con los ojos cerrados al techo tratando vanamente de relajarme. No puedo. La calma tranquilizante del sueño se la ha llevado el ladrido de los perros, cada vez más agudos; cada vez más de perros… Hoy al atardecer vi todas las conjugaciones posibles de nubes y me inquieté. Primero nubes irisadas, luego cirros, cúmulos… muchas pinchis nubes negras vi. Presiento…

Callan los perros y el taladro frío del viento perfora mis huesos.

Tiemblo…

Llueve y las pesadas gotas caen violentas y ruidosas sobre el techo de lámina de mi habitación, inquietándome con su ruido de agua.

Deseo calor.

Me arropo…

El agua empieza a filtrarse por las grietas haciendo huecos rítmicos al caer sobre el piso de tierra con su plop… plop… acompasado y húmedo.

Pinchi lluvia.

Vago por meses antes y me veo haciendo bulto y bulla entre la gente. Es un acto oficial. Es aquí cerca. Es en el muro de arena y piedras calientes que un sátrapa inaugura. Trata de convencernos de que la fuerte inversión utilizada en construir el muro de piedras y arena, escudo protector de la población, fue bien empleada. Lo veo callar. Escucho aplausos. Lo veo levantar el brazo y con un imperceptible ademán de cabeza da la orden de retirada a sus sudorosos acompañantes. Salen presurosos, bufonamente, secándose el sudor que empieza a mojar el cuello y las axilas de sus blancas guayaberas.

…Sirenas de patrullas y ambulancias, soldados, magnavoces y ruidos de gente se confunden con los relámpagos. Que busquemos refugio en la escuela es la orden. Yo no voy. Por la buena no me convencen, por la mala menos. Está fuerte el viento y la lluvia, pero creo que exageran. La radio hace rato que anuncia la llegada de un ciclón. Liza, creo que se llama. Tiene nombre de pescado de agua salada. A este desierto no llegan ni las equipatas. Alguien comentó que con el chubasco del cuarentaiuno todas las lluvias se salaron. Estos soldados lo único que hacen bien es desfilar, pienso.

Estoy a disgusto.

Se fue la luz eléctrica.

Llueve fiero.

Alerta general.

Suena el teléfono.

Unos labios delgados contestan.

Escucha. Reconoce la voz. Frunce el ceño. Cuelga.

Sale presuroso. Se detiene en la puerta. Estornuda. –nomás esto me faltaba- piensa- ¡chingada madre! –exclama- Corre a empapar su verde uniforme perdiéndose entre el viento y la oscura lluvia, rumbo a otra ala del cuartel.

-¡cuélgale bien los bloques al techo y métete!-

-¡ahorita… ya casi…!

Los chorros de agua caen metiéndose por debajo de la puerta.

Láminas y hojas de palma escapan de las vigas y de las paredes de ladrillos y fibracel que las mantenían sujetas.

Las personas huyen en busca de un refugio seguro.

Llueve endemoniadamente. Parece que toda el agua que nos debe este desierto se esté juntando para borrar el polvo.

Tengo frío.

Llega, se sacude las botas, toca y pasa.

Se vio de pronto, sorprendido, ante un grupo de caras, conocidas la mayoría, superiores a él en grado. Instintivamente se cuadró.

-va usted a hacer un gran servicio- le dijo con voz pausada e impersonal, un tipo moreno de mirada severa y rojiza, al que todos miraban con respeto –usted y dos personas mas…

El agua se escurría incontenible por la falda de los cerros. Más abajo, se juntaba con las otras aguas en espumoso choque, corriendo luego presurosa hacia su ignorado nivel, para abajo, hasta toparse con aquella barrera de arena y piedras por la que, a deshoras, tres hombres uniformados se afanan cumpliendo una orden.

La situación se visualizaba en un heliográfico colocado en la pared, con un sin número de anotaciones apresuradas entre las cotas y curvas de nivel. El vértice de todos los ojos confluía alternadamente en los labios y el índice del que hablaba con voz enérgica y gutural.

-El muro está en su capacidad máxima y va a romperse en cualquier momento. De acuerdo a nuestros cálculos, arrasará todo el centro de la ciudad por el rumbo de la zona comercial. Habrá pérdida total, a menos que nosotros mismos desviemos el curso de las cosas…-

-¿cómo es eso posible?- preguntó con interés uno de los escasos civiles que pasaban lista de presentes. El de pie, barre a todos los ojos con los suyos y prosigue:

-Si volamos ésta parte- dice mientras apunta con el dedo un lugar más al sur en el mapa de la ciudad – el agua tenderá a correr por aquí, donde hay menos población. Es lo único- dice. Carraspea, clava su mirada en los ojos del empapado recién llegado y lo impreca:

-Usa todos los explosivos que quieras, pero vuélalo, ¿entiendes?. Ábrele un boquete más grande que la puerta del infierno… y que Dios nos agarre confesados- Se santigua.

-Delo por hecho, mi general- Se cuadra, y sale marcialmente a paso veloz, seguido de sus dos compañeros de batallón.
Llueve de a madre.

Se enciende una luz.

-¡Es la señal!-

-¡Dos!, ¡uno…!-

-¡Ahora!

El ruido de kilos de pólvora estallando, es ahogado por el demencial torrente.

Mi hermano y su familia viven calles abajo, pero hace frío…

-¡Oh, Dios!, otro cuerpo.

-¡Déjame ver!-

-¿Lo reconoces?, ¿Es?-

-No. Sigamos buscando-

El agua, liberada ya, explota en un grotesco grito de alegría al saberse incontenible y avanza eufórica, delirante, asesina.

Festeja liberando las almas de los cuerpos que arrastra en su cauce de agua y arena, mucha arena.

Tengo frío. Estoy arropado.

Un ruido de infinitos górgoros de agua perfora mis oídos con su líquido. Borbollones de garrafón carnicero caen sobre las casas de hormigas, mutilando familias, rebasando en nivel de las paredes y techos al escapar de su cárcel de arena y lodo.

Ya no caben más cuerpos en la capilla.

La ciudad ha quedado mutilada y en Los Sanjuanes, traxcavos amarillos abren una fosa común



Emilio Arce Castro
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1 comentario en ““Liza””

  1. Lourdes Carrillo

    Me conmueve leer tu historia..cuando estamos lejos pensamos que nada pasa.
    Mis respetos para tu obra literaria, pictórica , artística

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