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La estúpidat flor - Hami Miranda

La estúpida flor

Resulta que, las personas somos como un terreno grandísimo, algunos son jardines preciosos y floreados, llenos de color y de formas, otros sólo tienen tierra y piedras y en algunos casos, aunque se vean mal, sólo están descuidados… no siempre fueron así.
En otras ocasiones, ni siquiera puedes verlos bien, porque o hay mucha niebla alrededor o está cubierto por hierbas malas y algunos matorrales, por lo que no siempre puedes ver qué hay del otro lado del límite.

Todos tienen una casa, que puede ser una cabaña o una mansión.

Y algunas personas deciden borrar el límite que los separa del terreno de los demás para que , si es lo que quieren las visiten. Y otras ni voltean a ver más allá del suyo.

En los confines de mi terreno, me gusta observar detrás de sus límites y tratar de descubrir qué tan acogedoras o geniales pueden ser sus casas. Y resultó bastante curioso al final, ya que descubrí que mientras más hermosa es, más lejana está del límite; es decir es mucho más difícil que las personas puedan adivinar que tenía una casa hermosa. Por supuesto están sus excepciones, ya que he visto casas muy espléndidas lo suficientemente cerca del límite como para poder apreciarlas e incluso algunos de sus dueños me han invitado a pasar.

Normalmente la gente me invita a visitarlos, por lo que me parece raro que algunos sólo quieran visitarme.

Contigo fue bastante diferente desde que te conocí. De vez en cuando te veía cerca del límite y nos saludábamos.

-¿Qué te parece el clima?

-Supongo que bien, en realidad me es un poco indiferente.

-Ya veo…

Y es entonces cuando nos limitábamos a sonreír y darnos la espalda.
Pasado el tiempo, comenzó a dejar de parecerme extraño y así fue como transcurrieron varios años. Hasta que un día, simplemente la conversación tomó otro giro y ya casi no conversábamos de cosas tan banales y aburridas como lo era el clima y cuando me dí cuenta, ya nos visitábamos sin preguntar ni dar previo aviso; y de esa forma pasábamos la tarde en tu casa o las mañanas en la mía. Lo encontraba bastante diferente pero emocionante.

Ya los límites se habían perdido en el denso y verde pasto que había creció y nació una flor en mi patio trasero, así que la tomé y la guardé en un jarrón dentro de mi casa para cuidarla y mirarla todos los días.

Cuando te conté sobre ella, me dijiste que querías verla y me tomó por sorpresa, pero me gustaba la idea.
Limpié 500 veces mi casa, regué y cambié de lugar el jarrón otras 500 veces para que estuviera todo listo para cuando me visitarás, pero nunca lo hiciste.

Aveces te veía en tu terreno sentado dándome la espalda y me preguntaba si estarías bien y cuando me animé a preguntar, me contestaste que ya no te sentías bien en mi terreno, el cual había sido grosero visitar. Cosa que me hizo sentir vergüenza de mí, ya que si tú lo veías de esa forma significaba que yo también te había parecido grosero y me disculpé.

Y ahí estaba el límite… como si sólo hubiera sido una ilusión el hecho de que desapareció y sentí más pena, pues tenía la hermosa flor en mis brazos escondida en la espalda, y corrí a casa a ocultarla de nuevo para no contarle a nadie.

Tus asuntos de nuevo… ya no eran mis asuntos, los míos ya no podían ser los tuyos; y otra vez no podíamos hablarnos más que para preguntar sobre el clima.

Así que el día que volviste a preguntar por mi jardín y a querer pasar, me molesté y me molesté muchísimo. ¿Qué ocurriría si no había limpiado o si no alcanzaba a esconder la flor? Ese día y varios más te eché y definitivamente nunca más volviste a intentarlo.

Cuando me sentí mal por haberlo hecho, quise volver a hablarte sobre las flores y a preguntarte si podía pasar, a lo que sólo respondías con un gesto forzado de cortesía y un «Ahora, mejor no…» . Comprendí que ese «Ahora» era un «probablemente nunca más».

Y entonces lo supe, mi enojo no era contigo, sino con esa estúpida flor, cuya existencia nunca pude controlar.

Y ahora… ¿Cómo sigue el clima?…


Hanna Miranda Verdugo
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