Korima PLACE

La Campeada - Victor Octavio Garcìa

La “campeada”

En memoria de Flavio “Chilolo” Castro Amador; descanse en Paz.

En el verano de 1974, recuerdo muy bien el año porque poco días después del relato que les compartiré una de mis hermanas festejó sus 15 años con una fiesta de “caché” en aquel entonces, –si mal no recuerdo fue la primera quinceañera que le hacían fiesta en mi tierra–, mi abuela materna (Chayo Verduzco) traía perdido un torete que tenía tratado –para vender–, así que contrató un “vaquero” para que lo “campeara” y el vaquero no era ni tan vaquero, era el quien le hacia los mandados y le cuidaba la huerta, de ganado sabía muy poco, un primo de nombre Flavio Castro QEPD, mayor que yo, mejor conocido como “Chilolo”, muy pedo por cierto, no sé con quién consiguió un caballo para ir a “campear” y me invito, me alboroté y conseguí con mi mamá que me prestara –diera porque nunca se los pagué– cinco pesos para rentarle un macho a Alfredo Castro QEPD, para hacerla de “vaquero campeador”; mi padrino Alberto “Beto” Ojeda QEPD del rancho San Ignacio les había dado referencias del torete, lo había visto en uno de los ancones antes de llegar a San Ignacio, así que ¡Fierros! por el torete.
Era mi primera experiencia como “vaquero”, había oído hablar que los “campeadores” llevaban “lonchi” –“campeadores” que se quedaban dos o tres días en el monte hasta que encontraban el animal, nosotros íbamos por un día– le pedí a mi bisabuela paterna que aún cocinaba (Nina Cota) que me hiciera unas michas (tortillas de harina hechas como las gorditas de maíz amasada con panocha) fríjol seco, un pedazo de queso seco y café; salimos en cuanto “clareó” con mecates, cuchillos y agua, recuerdo que el “Chilolo” llevaba una “pachita” de tequila en los cojinillos de la montura, pasando e l rancho “Pueblo Nuevo” donde vivía Elena Amador, su mamá, se echó el primer trago y de ahí pal real fue empinar el codo, cuando llegamos a los famosos ancones ya iba pedo razón por la cual nunca pudo lanzar el torete y eso que era mansito, lazo que tiraba lazo que fallaba, yo que siempre he sido un inútil le arreaba el torete para que lo lanzara pero nada, andaba pedo hablando tartamudo, y al ver que no lo lazaría y estando cerca el rancho de San Ignacio decidimos ir a pedir ayuda, ayuda que nos prestó mi padrino Alberto “Beto” Ojeda quién lo lazó sin mayor problema, le hizo un nudo para que lo trajéramos cabestreando y él se regresó pal rancho seguramente riéndose de nosotros.

Arrear el torete para dos improvisados y noveles vaqueros resulto una verdadera odisea, a cada rato se enredada en los palo-evanes, se amachaba en alguna cañada o de plano pegaba la estampida, no obstante que el rancho queda cerca de Caduaño llegamos pasadas las cinco de la tarde con el “lonchi” en los cojinillos, cabestrearlo por espacio de cuatro horas no nos dio tiempo de probar las michas con frijol y queso, pasaron varios días de esa hazaña sin que nadie supiera lo que había pasado en la “campeada” excepto el “Chilolo” y yo hasta que un día de visita con mi tío Loreto García (talabartero) mi padrino Alberto “Beto” Ojeda le platico que él había lazado el torete porque nosotros no habíamos dado con bola.

Esa misma tarde Clemente Ojeda se llevó el Torete, pariente de mi abuela, que fue quien lo compró; no sé si le pagaron al “Chilolo” ni cuánto le pagaron por la “pillada” del becerro, yo como era invitado de él y no contratado por mi abuela no me dieron nada lo que para mí no tenía mayor importancia, todos los días en la mañana le “caía” a mi nana cuando estaba quebrando la leche para preparar el queso, lo echaba con todo y suero en un plato de peltre y me lo comía a cucharadas –gusto que todavía me voy en mis frecuentes escapadas a las ranchos–, años después repetí la hazaña con mejores resultados en la “campeada” de una vaca recién parida de mi papá que murió días después empachada con quelite verde; reconozco que desde ese tiempo no montó a caballo, la última vez que estuve en Los Llanos de Kakiwui tenía pensado montar e ir a conocer un rancho abandonado donde existe una huerta con centenarias matas de mangos criollos, higueras, palmas y dátiles que aún producen, el rancho desde hace años quedo abandonado ubicado a orillas de un arroyo donde existe un ojo de agua, lo conozco solo por fotos, a ver si en el próximo viaje lo visito y tomo fotos para compartirlas con ustedes, en mi último viaje tuve dos improvistos; el fallecimiento de mi hermano Osvaldo y me enfermé allá, así que tuve que regresarme antes de lo previsto. ¡Qué tal!.

Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a victoroctaviobcs@hotmail.com


Victor Octavio García Castro
Últimas entradas de Victor Octavio García Castro (ver todo)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *