Korima PLACE

Experiencia religiosa II - Emilio Arce

Experiencia religiosa II

Pinchi Morita, no es por nada, pero sí era un lacrita bien hecha. Les platicaba hace días de una experiencia de hace muchos años que me quitó las ganas de andarme comiendo pinchis nopales. No lo vuelvo a hacer ni disfrazado de totonaca, porque con la experiencia religiosa ésa del Triunfo ya tuve suficiente, y fue definitiva. Recuerdo que esa vez hasta me felicitaron por esa involuntaria aportación a las artes escénicas. A la altura del séptimo arte dijo el Tuto Castro. Se puede decir que salí bien librado, a diferencia de otro compa del barrio que ese sí estuvo cañón, con el mismo Morita, pero esto fue casi recientemente, hará dos o tres años, en esto que podemos llamar EXPERIENCIA RELIGIOSA II:

Es que resulta que aquí en el barrio hay un compa que es abogado. Alterna sus actividades profesionales tocando la guitarra y cantando en cafés, bares, y en cuanta pachanga en que haya comida y pisto gratis encuentre. Tiene una voz muy especial, especie de híbrido entre Alfredo Zitarrosa y Alberto Cortez, pero con un vibrato Serratero. Ni más ni menos. El caso es que este compa tenía que ir a atender un asunto legal a Ciudad Constitución, que dista como a doscientos diez kilómetros de La Paz. Iba a ir manejando solo en un pinchi lanchón LTD, y para no ir agüitado valiendo madres, fue con el Morita a pedirle prestado un toquesín aunque fuera, o alguna chicharra para ir escuchando música a toda madre. No, pues el pinchi Morita no tenía nada. No se dedicaba a vender, sino que era un consumidor compartido. Trabajaba de auxiliar de cocina en los Ferris viajando de La Paz a Mazatlán, y ya sabes que Sinaloa es la capirucha de la mota y anfetas, y creo que muy acertadamente, ya que ningún cristiano ni ser humano, aunque se jacte de ser muy sinaloense, en sus cinco sentidos, aguantaría la mugre música de banda por más de tres rolas. Ni a Arjona. Creo que ese es el motivo para producir tanta drugs ahí. Por cuestión de género (musical). El morita conseguía fácil el producto regional y como no lo revisaban al subir al barco pus se le hacía fácil traerse su lonche cerebral pa´ acá. No pos no tenía, le dijo que tenía como siete u ocho cucarachas (bachichas apagadas y churros a medio quemar), pero que las había juntado todas y puestas a hervir en un poco agua, y se las había tomado en un té esa mañana -Pero- le dijo el Morita sacando un tabulador de su mágico bolsillo: -¿Vas al Valle dices? A ver …son ciento diez kilómetros, …calculo que tu carro no pasa de setenta u ochenta kilómetros por hora, …te vas a tardar en llegar como tres horas. Mmmmh, a ver, déjame ver. Ya está. Mira: tengo aquí unas reinitas, algo así como antidepre, y el efecto buenero en sí, te dura como una hora eh, y más o menos equivalen a fumarse un gallo. Sí, más o menos a una por hora -hizo sus cuentas- Toma -le dijo- te voy a regalar éstas tres, y una cuarta por si alguna de ellas no sirviera. Es que también hay pingas piratas.

No vaya a ser-

-¿Tres, dijiste? Ta güeno.- dijo el Adrián. Dio las gracias y se fue. Agarró aviada, pasó por una tienda, se compró una cerveza para bajarse las pingas y se tomó las cuatro de un jalón, pa´ no batallar. Mucho antes de salir de la ciudad, por el rumbo del Santuario más o menos, apenas le iban haciendo digestión y tras el volante, haciendo fila en el estorbáforo, se empezó a desesperar ante la lentitud del tráfico matutino, y le entraron las prisas por llegar a Constitución, a la vez que una descomunal hueva de manejar por entre el desierto durante más de doscientos kilómetros, y ¡chingue su madre! -pensó- le metió la chancla al acelerador, viró y abandonó la fila invadiendo el carril contrario, no sin antes enganchar con la defensa trasera del LTD a un pobre toyotita propiedad de un carrocero, y se fue arrastrándolo por varios metros bien pialado, hasta que uno de los lados de la defensa del lanchón se desprendió de su propia carrocería, soltando al toyotita y a su sorprendido conductor. No, pos el pinchi Adrián empezó a ponerse en modo paniqueado, y como buen abogado y empleado de la Procuraduría de Justicia, lo primero que pensó fue en borrar las evidencias, tal como todos aplicaban cotidianamente en su jale, y salió huyendo todavía más aprisa, acosado por el endemoniado ruido que hacía la defensa del lanchón al arrastrarse por el pavimento. Casi mordiéndose el corazón de angustia, el pinchi Adrían volteaba a ver el retrovisor y sentía que el infierno se le venía encima al observar la estela de chispas con que marcaba la ruta de escape por donde iba y al Toyotita en chinga atrás de él.

Yo nomás alcancé a verlo pasar cuando pasó por la Encinas y volteé advertido por el ruidajo y el chisperío que traía. La neta que parecía diablo de pastorela (haz de cuenta al diputado Zamora bailando en la Hora del Rancho), ya que es medio prietón mi compa Adrián y ese tono contrastaba a toda madre con lo escarlata de sus ojos. Pues pasó en putiza el cabrón, valiéndole madre los señalamientos viales enfilando rumbo a su casa; manejando haz de cuenta como el John Connor, el de Terminator, cuando los seguía la robota buenona de la película, hasta que el puta Adrián alcanza a llegar a su casa, donde su jefa acababa de poner un portón eléctrico, de esos a toda madre que aprietas un botoncito en un control desde tu carro y el zaguán se desliza hacia arriba, ¡Aica!. Ese día, para mala fortuna de mi compa y hasta la fecha, la poseedora única y plenipotenciaria del multimencionado control remoto era y es su jefa, así que no le quedó de otra más que dar un último acelerón al pangón e introducirse peliculezcamente a la cochera abriéndose paso por entre el aún cerrado y lindo portón eléctrico, topándose con la triste noticia que el LTD se detuvo en seco al impactarse con las calaveras y el parachoques trasero del automóvil topaz de su jefa, vehículo que plácidamente ocupaba su sitio en el pequeño hangar. Momentos después, lentamente, por la ventana de la puerta trasera, del lado del copiloto, salió mi compa Adrián completamente aturdido y víctima de una crisis nerviosa. Completamente ido, sólo atinó a sentarse en una esquina de la cochera, murmurando palabras ininteligibles sólo para sí, con los ojos inquietamente desorbitados, abrazando sus rodillas y comiéndose las uñas. Y ahí permaneció, arrinconado, más o menos por las cuatro horas que le duró el avión, mientras afuera, el pobre carrocero explicaba que seguía al compa solamente para calmarlo, para decirle que no había pedo, que él era carrocero y que podría fácilmente componer su carro. El Iván su carnal y yo, ya casi nos lo imaginábamos en la casa de la risa (psiquiátrico) de Chametla. Pero no. La palomilla como ésta y muchas otras, si cae, es para levantarse más a toda madre y con una renovada actitud. Eso sí, tuvo que vender el LTD para solventar los gastos que finalmente no fueron ni tantos, ya que mi labioso compa le lavó el coco al carrocero quien verborreado reparó el carro del Adrián, el de la jefa, y de paso le pegó una buena enderezada, bondeada y pintada al portón derribado, con lo que al finalmente quedaron tutos feliches. Hasta le alcanzó para unas chelas para festejar la reinauguración del zaguán. Eso sí, mi compa se quedó a pie, pero contento, además, porque no le había pasado nada a la charrasca guitarra que siempre acampaba en la cajuela del lanchón junto a unos envases de ballena.

Unos cuantos meses después, estaba mi compa Adrián por mi barrio, por la Isabel la Católica y Encinas, esperando al camión de la ocho que iba para el centro, cuando casualmente atina a pasar por ahí el pinchi Morita.

-Oye Adrián, ¿Es cierto que tuviste un accidente en la carretera al Valle?- le preguntó el Morita.

-Vete mucho a la verrrrga- le respondió el Adrián.


Emilio Arce Castro
Últimas entradas de Emilio Arce Castro (ver todo)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *