Corría el año de 1973. Estábamos ingresando al 4º grado de Educación Normal en la ENU de La Paz; apenas habían pasado cinco años de los trágicos acontecimientos de Tlatelolco 68. Una generación marcada por el autoritarismo, la antidemocracia y la represión del régimen priista. Los estudiantes habían sido asesinados.
En el resto de América Latina no pasaba nada diferente; fue una época estigmatizada por las dictaduras militares, cobrando miles de víctimas y otros tantos exiliados. Sin embargo, la democracia chilena se impuso en 1970 y el Dr. Salvador Allende fue investido como presidente de ese país por la vía electoral, a través de una coalición de los partidos de izquierda –la Unidad Popular- convirtiéndose en el primer presidente marxista que llegaba pacíficamente al poder.
Derivado de su visión socialista y de un amplio programa de expropiaciones a favor del Estado, la derecha chilena, auspiciada por la CIA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, y el ejército de ese país andino, crearon un ambiente de inestabilidad económica, política y social, que terminó en un Golpe de Estado y con la vida de Salvador Allende Gossens, en el Palacio de la Moneda, el 11 de septiembre de 1973. Una dictadura militar que se prolongó por espacio de 17 años, con Augusto Pinochet a la cabeza.
Dos acontecimientos -1968 y 1973- que dejaron profunda huella en nuestras conciencias adolescentes, para entender el mundo en el que empezábamos a vivir, y entender también, el valor de la justicia, de la democracia, de la igualdad, de la fraternidad, y la solidaridad. Que no podíamos ser indiferentes por lo que pasaba en el mundo, y en lo particular, en nuestro país, con un gobierno que se sostenía a través de un partido hegemónico, oligárquico, corrupto, corporativo, fraudulento y represor.
Dos acontecimientos que marcaron a una generación para los derroteros que habríamos de abrazar para caminar del lado correcto de la Historia. De ahí nuestra incursión en la izquierda mexicana, y sectorialmente, en el sindicalismo democrático. Un camino del que no nos hemos apartado por más de cuatro décadas, con la legítima aspiración de construir una sociedad de oportunidades para todos, en ese largo proceso de la regeneración de la vida pública del país.
En el otoño de 1973, le obsequié a Víctor Castro, un poster con el rostro de Salvador Allende, que traía impresa la leyenda “Las balas no pueden asesinar a las ideas”. Lo había adquirido en la Ciudad de México.
En ese mismo otoño, tuvimos una conversación, sentados en una banca del Parque Revolución, y el tema fue precisamente sobre nuestra visión política –aún limitada- y cómo debíamos asumir nuestras definiciones; definiciones que terminaron por orientar lo que sería nuestra conducta política a partir de esos años.
Han pasado 47 años desde aquella conversación y no nos equivocamos. Firmes y orgullosos de lo que nos ha tocado vivir como modestos protagonistas del cambio verdadero, animados por la Cuarta Transformación de la vida pública de la nación, teniendo a un auténtico estadista como Presidente, en la persona de Andrés Manuel López Obrador.
Anecdotario.- En el 2013 (40 Aniversario del Golpe) asistí a un evento académico a Santiago de Chile; ya en un taxi, le pregunté al conductor que si cómo había sido su juventud durante la dictadura, y su respuesta fue contundente y lapidaria:
“Nosotros no tuvimos juventud.»
PD. En la foto, Víctor Castro, Paty López, Tito Piñeda y el que escribe.
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