Para Cuitláhuac Castro Silva
Se me hace que el mundo está al revés y esos principios de verdad y justicia a los que la sociedad jura aspirar, es nomas de dientes para afuera.
Digo que se me hace. Y digo sociedad, pero también se valdría decir pueblo, aldea, vecindario, masas, nación, ciudadanía.
Es que de pronto, a la hora de las definiciones, no somos ni la mínima parte de lo que arengamos en una plaza, en un micrófono, frente a las cámaras de la televisión, en un manifiesto, en una rueda de prensa, en una denuncia o en un muro de Facebook donde todos nos mostramos valientes, enjundiosos, bien portados, revolucionarios y echones al gobierno en turno.
Precisamente en las redes sociales, se observa lo más representativo de lo que uno, en ocasiones no concibe y que se materializa en esa insurgencia colectiva que después de apedrear a quien discrepe con sus ideas o postulados o de subir en hombros como al Juli en la Plaza México, a que sea, nada más porque comulgó con su perorata o su predicación, y como si sacara un sello de certificación, tatúa con adjetivos descalificativos al que tuvo diferencias con él, sin interesarse en la recta trayectoria que ha tenido a lo largo de su vida, en tanto que reivindica y puede encaminarlo hacia la canonización a ese que lo apapachó con un comentario, así sea un tunante fuera de los reflectores públicos o peor todavía, así resulte ser ese mismo personaje que atrás tiempo lo acusaba de haber actualizado todos y cada uno de los tipos penales que contiene el código de la materia.
Tal incongruencia me hace recordar a un sobresaliente actor de la política actual a quien lo llamaré (bueno, ustedes nómbrenlo, mejor) para no perjudicar a los inocentes que harán los años salía a las calles y ocupaba plazas para denunciar lo que fulano de tal había cometido en contra de la democracia y del país, los nexos que este mantenía con lo peorcito del crimen organizado y la persecución que había emprendido contra reconocidos líderes de movimientos sociales pero ahora, tres décadas más tarde, olvidando tanto o no, lo toma en brazos, se lo acurra en el pecho, lo desagravia cada que puede como si un rayo de luz lo hubiera exorcizado de todo cuanto lo acusaba en antaño, a voz en cuello, desde la vieja cabina de un pick up.
No concluyo aquí su minibiografía pues quien quite me sirva para el final. Porque es un ejemplo puro que actualiza mi teoría de que este mundo está al revés y porque es el prototipo de la traición a esos principios de verdad y justicia a los que la sociedad jura aspirar, pero es nomas de dientes para afuera.
Sin embargo, a la mera hora de freír las papas, es decir, a la hora que hay que dar un sí o un no, frente a lo que nos favorecerá, en lo personal, en lo familiar, en lo político o en lo ideológico, pero puede causar perjuicio al resto o alguien se verá perjudicado, esa convicción o esa aparente congruencia llena de valores, se manda al carajo y no queda nada de ese discurso de saliva, más que la conveniencia.
Y no estoy hablando de un partido político o de una organización determinada. Tampoco de un hecho actual ni demagogia alguna. Mucho menos de un aspirante determinado a un puesto de elección popular quien acusa de todo a unos, con tal de subir al púlpito de la honorabilidad a otro, por más que en el mundo este y aquellos sean una y la misma cosa o tan iguales. Nada de eso, así es que no se vengan a dar por aludidos.
Hablo en todo caso de todas esas individualidades que suelen practicar el deporte favorito de México, que, para efectos de propiedad intelectual, llamaré desde ahorita como el sexenio-bol, en donde el juego consiste en exigir al ejercicio público absoluta honradez y nada de corrupción, cero agandalle y nula maledicencia hacia nadie si eres funcionario o llegas a ocupar alguno encargo.
Ya lo dijo el poeta y filósofo bengalí, del movimiento Brahmo Samaj, Rabindranath Tagore “Leemos el mundo al revés y nos lamentamos de no comprender nada”.
Eso fue hace más de un siglo y quizá se le ocurrió decirlo como advertencia al peluquero que le cortaba las puntitas de su cabellera blanca y le recortaba la barba con tal de que se viera impecable al momento de recibir el Premio Nobel de Literatura que le otorgaron en 1913, luego de que aquel se puso a interrogarlo sobre algún acontecimiento en particular como los que aquí le estoy diciendo, o lo expresó para sí, como quien ya habla solo, al notarse incomprendido y ver, él si bien clarito, lo que pasaba a su alrededor.
El propio Eduardo Galeano, en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés también habló al respecto. En este libro Don Lalo, genial como siempre, muestra por qué el mundo está al revés. Recuerda a Alicia en su viaje a través del espejo y así, recorre temas como la impunidad del poder, la sociedad de consumo, la injusticia, el racismo y el machismo. El autor se destaca en esta obra por su inconfundible estilo que cruza el ensayo, la poesía, la narración y la crónica para mostrar sin tapujos las miserias de la sociedad contemporánea.
“Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies.”
Otros grandes pensadores que también quisieron ponernos en evidencia que el mundo está al revés fueron los inolvidables Apson y el Piporro.
Me parece que en mundo/Ya las cosas no andan bien/Pues parece que a la gente/Se les fue el seso a los pies/Que está ciega la justicia/Esto tú lo puedes ver/En la última refriega/Salió condenado un juez/Por eso estamos como estamos/Por eso nunca progresamos/Si tal parece que gozamos/Poner las cosas al revés.
Algo así cantó el Piporro aunque más conciso: La cárcel se hizo pa’ los hombres/Pa’ los hombres de delitos/Aquí estamos unos cuantos/En la calle los peorcitos.
Exacto: como el hoy ídolo de mi amigo, cuya biografía, les advertí que dejaría para el final. Porque a mí se me hace inconcebible que queriendo llevar al paredón por allá a finales de los ochenta, ahora que lo ve sentado a la diestra del señor, lo defiende como el más fiel de los eunucos y con mimosa suavidad, le echa aire con una palma.
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