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El destino - Miguel Angel Aviles

El destino… o eso que se pone frente a mí

No es en este espacio donde voy dilucidar si existe el destino o no.

Es más, no será ni este ni en ningún otro porque esa interrogante sale del radar de mi intelecto y, al respecto, muy poco les pudiera aportar que no sea una tontería.

Lo más que puedo hacer aquí, es una definición, la primera que me encontré y luego dar paso a lo que sigue.

El destino es la fuerza sobrenatural que actúa sobre los seres humanos y los sucesos que éstos enfrentan a lo largo de su vida. Es decir, El destino sería una sucesión inevitable de acontecimientos de la que ninguna persona puede escapar.

Listo.

Doy paso a lo que sigue, como advertí.

Se trata de eso —destino, hado, ley de atracción, providencia o decreto, como le llaman ahora— pero tiene que ver con esos hechos o esas cosas que de repente, se ponen frente a ti en la vida diaria y que ya depende de uno si lo agradece o buscamos a la mejor curandera de la comarca para que nos haga una limpia.

El asunto pues, no es saber qué es sino cómo lo asumimos y qué cara le ponemos a eso que se nos presenta o para qué nos puede ser útil.

En mi caso, si bien hay sucesos que se lamentan, hay otros que agradezco y me siento como un privilegiado porque me son útiles como materia prima para narrar alguna historia o escribir la respectiva crónica, en tanto que para otros ojos puede pasar desapercibido o no ser relevante.

Puede que, inconscientemente, andemos en su búsqueda o ya exista una predisposición para que se crucen en nuestro camino, con tal de que, al estar ahí frente al suceso, le demos la lectura o registremos lo acontecido de acuerdo a la preferencia emocional de cada quien, y en esa escala teatral optaremos o por lo trágico o por lo cómico, según la máscara que nos decidamos poner.

Yo, acá entre nos, si me dan escoger, prefiero eso último: lo cómico. Porque, sin perder de vista la competencia comunicativa de adaptarnos a las circunstancias del momento y ser serios cuando toque serlo, me quedo con el lado divertido de interpretar la vida.

Y se me hace que alguien lo supo —el destino, por ejemplo— porque no hay día que no ocurra algo que de no tener la certeza de que es real, pensaría que aquello que estos escuchando o esto viendo, es premeditado o es una parodia o es un performance, o es una farsa o es un entremés que incluye personajes con un dominio del humor, de la ironía o de la gracia que ya lo quisiera más de uno.

Esta semana no fue la excepción y como ya no me queda mucho espacio, aquí se las resumo para que no digan que no es cierto:

A temprana hora del martes y justo cuando llegaba a donde confluyen los tres poderes del Estado, un grupo de personas en su respectivos carros, ejerciendo su derecho a la libre expresión, se manifiestan exigiendo unas demandas que ahorita no recuerdo pero, a diferencia de otras mil que a lo largo de estos años me han tocado, éstas no ambientaban su protesta con canciones de Óscar Chávez, o Gabino Palomares o de José de Molina o de Alí Primera o de Víctor Jara o con la música de la Cuarta Internacional o con el Himno Nacional Mexicano, ya de perdida, que en otras épocas sería lo más normal. No. Sus expresiones de inconformidad se hacían ambientar al compás de La Gallina Turuleca de Edgard Pocas, esa que puso un huevo, puso dos y puso tres, en efecto ,pero que en mis nostálgicos oídos no tenían cabida si al intentar acomodar en mi memoria, alguien invitaba a las madres latinas a parir más guerrilleros porque ellos habrían de sembrar jardines donde habría basureros.

Apenas repuesto de ese encontronazo, el miércoles pasé por el lugar con la idea de saber en qué había terminado todo eso y ya no había nada pero, en cambio, a un ladito, estaba un humilde bolero quien es un master en su oficio y te deja los zapatos como vajilla de plata, más sin embargo, aprovechando un rato libre, de los que tiene entre cliente y cliente, compartía la palabra del señor, con lectura, plegarias y alabanzas, como si desde el más sagrado púlpito o de su ambón, predicara su doctrina frente a las ovejas descarriadas que pasábamos por ahí.

El joven, sumido en sus muy respetables creencias, me parece que es un parteaguas entre los aseadores de calzado pues además de cumplir con el trabajo que le garantiza, dignamente, su sustento, apuesta por redimir de pecados y tentaciones a quienes optaron por andar malos caminos y eso, aquí y en Roma, siempre será aplaudible. Claro, debo de advertir que la boleada sí la cobra, la absolución, no, pero de cualquier modo, lo que hace este hombre tiene un plus.

Para rematar, el jueves, acudí a un instituto de salud y mientras llegaba mi turno, una señora, interrumpiendo mi lectura de un libro sobre Leduc, me abordó:

— Oiga: usted es licenciado

— Sí, a sus órdenes

— Oiga: usted cómo la ve que ahora la prueba del Covid va ser al óleo

— ¿¿¿¿Al óleo????

— Sí, así dijeron

— No, pues la verdad no sé cómo sea eso

— Si, así dijer… ay no, perdón… perdón… aleatorio… que ahora será aleatorio, dijeron… ay no, a mí me da mucho miedo todo eso.

Por si esto fuera poco, al estar escribiendo lo que ustedes leen, una llamada a mi teléfono me interrumpe y es un número no registrado. Contesto por inercia y una voz en off pregunta que si conozco a la de nombre Anabel Ávalos. Que si es un sí, marque uno, que si es un no, marque dos, que sí sabía que aspira a ser gobernadora marque este otro número y si no sabía marque el siguiente.

Como era una grabadora no le dije lo que en ese rato pasó por mi cabeza y que aquí, por respeto a la buena conciencia, es impublicable.

Como no quiero que se queden con la duda, porque sé que se lo están preguntando, les comento que esa tal Anabel Ávalos busca dicha candidatura en el Estado de Tlaxcala y yo estoy a miles de kilómetros de distancia, pero su equipo de espionaje ya cuenta con mi número.

Ni hablar, son cosas del destino o le quieran llamar —pero tiene que ver con esos hechos que, de repente, se ponen frente a ti.



Miguel Ángel Avilés Castro
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