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El Baiburin - Victor Octavio Castro

El “Baiburin”

Con el mayor de mis afectos a Víctor Manuel “Vidorria” Manríquez Riecke, uno de mis mejores amigos.

Víctor Manríquez, “Vidorria” tenía un jeep que me gustaba mucho, un Willy 1985 estándar, motor 6 cilindros en línea, no pude comprárselo por falta de money, en ese tiempo atravesaba por una época de vacas flacas —muy común en un periodista desafecto del sistema– que lo bautizamos con el mote del “Baiburin”, muy buen carro del cual hay un sinnúmero de anécdotas, un día de enero no recuerdo exactamente el año, decidimos pegar una “brechada” a ver si agarrábamos un “hijuelachingada” sobre la brecha petrolera del 61 que se junta con la del 68 y “caí” en el arroyo del Condeno, escasamente transitada, eso sí con buenos “tiraderos” y avistamientos de venados, íbamos el Toño y el Pelón, Manríquez y yo, salimos un mediodía templado con el cielo “emborregado” que anunciaba la caída “Colla”, llevábamos varias ballenas y un pomo de tequila Sauza hornitos, buen estéreo y buena música.

Las primeras dos horas de brecha, ya con las orejas medio calientes por el hornito, repetía y repetía canciones como Cruz de Madera, una Página Más, el corrido de Benjamín Argumedo, un Puño de Tierra, entre otras que “tarareamos” en el carro alternando con una que otra charra y chascarrillo, un salida de esas que no se programan pero que salen a toda madre, antes de bajar al primer arroyo, desde el carro el Toño “tumbo” un animalito de horqueta, bien pelechado, allí mismo le quitamos los dentros más no el cuero y seguimos con la aviada que traíamos, escasos kilómetros más adelante caímos a un brazo de un arroyo en cuya pasada, ya para subir la loma, se formaba un escalón de tepetate de más de treinta centímetros, Manríquez sin meterle el doble forzó el carro para subir y ¡palos! truena la flecha trasera, el yugo se hizo como chicle, allí mismo quitamos la flecha, total pusimos el doble –tracción delantera– para seguir corriendo la “parranda”, al fin de cuentas llevábamos carne para asarla donde nos diera hambre, pese al percance que tuvimos con la flecha trasera no nos preocupamos mucho, Manríquez no tomaba así que quedaba cerveza, tequila y había buena música, una “peda” sabrosa, cuando de pronto caímos en una pequeña cañada que no presentaba mayor dificultad excepto un par de pozos en medio del tepetate, al bajar una de las ruedas delanteras se sube al tepetate, la otra queda volando y ¡palos! que truena el eje delantero desmadrándose hasta salírsele uno de los candados, ahora sí ni para atrás ni para adelante, quedamos en medio de la nada en una brecha que cada quinientos años pasa un carro, así que a prepararnos en medio de la “peda” a quedarnos esa noche allí y buscar auxilio otro día, comenzaba a correr rachas de viento frío que calaban hasta los huesos, al modo ordinario no llevábamos focos de mano salvo el 30.06, cuatro cartuchos útiles y dos cobijas “miadas” en las que traían envuelto el rifle, como pudimos improvisamos unos hachones de brazos de pitahaya seca para “alumbrarnos” y juntar varañas –que leña ni que ocho cuartos– para hacer un “atizadero”, esa noche no la pasamos “titiritando” de frío, un par de lechuzas que toda la noche estuvieron cantando y el aullar de los coyotes.

Imagínense la noche que pasamos, otro día vendría lo peor; la cruda, el hambre y la sed, no llevábamos agua ni para el carro, así que en cuando comenzó hacernos la cruda nos pegamos de la hielera a tomar el agua del hielo que llevábamos, y el frío y viento que no amainaba, llevábamos dos celulares, el de Manríquez y el mío, y allí no entra señal, como toda la noche los tuvimos prendidos el de Manríquez se le agotó la pila y el mío solo le quedaba una “rayita”, así que lo apague previendo que lo necesitaríamos tal como sucedió horas más tarde, a media mañana el Toño se ofreció subir una loma para hablar para su casa para que fueran por nosotros, que nos llevaran café, sal, tortillas, agua, cerveza y un mecate para jalar el jeep, a más de 25 kilómetros de distancia, lo bueno que el Toño se comunicó a su casa y salió un refuerzo por nosotros, siempre tardaron más de dos horas en llegar por lo malo de brecha, iban en un pick up toyotita doble, nos llevaron café, cerveza, agua, tortillas, una parrilla y sal, de inmediato amarramos el mecate para jalar el jeep con Manríquez al volante, para “caí” en el arroyo del Condeno siempre nos llevamos buen tiempo con un hambre de la chingada, tuve que entrarle a las tortillas de harina con sal y café para medio amortiguar el hambre, antes de agarrar la brecha que corre del Condeno a la casa del Toño nos detuvimos frente a un palo San Juan donde el Pelón bajo el venadito, le tumbó el cuero y le sacó las piezas en un dos por tres, mientras nosotros juntamos troncones secos de palo colorado y de uña de gato para que hicieran brasas y dejar “caí” unos pedazos de carne en la parrilla, casi nos cominos medio venado, de allí en adelante, con las tripas llenas y sin mayores preocupaciones, el Toño se comprometió que llegando a su casa nos prepararía un caldo de pescado con cabezas de pargo, tal como ocurrió, ese día al oscurecer Manríquez y yo agarramos un raite para esta ciudad, otro día llevaríamos un mecánico y las piezas del jeep para traérnoslos por su propia rodada. ¡Qué tal!

Para cualquier comentario, duda o aclaración, diríjase a victoroctavioBCS@hotmail.com


Victor Octavio García Castro
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