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El Andarín - Emilio Arce

El Andarín

Pintura: Emilio Arce Castro

En las semanas pasadas estuve de visita en la zona de San Javier, en nuestra Sierra La giganta. Desde luego que me sorprendió gratamente el sistema de comunicación, ya que en todos los hogares hay un equipo de radiocomunicación que los absorbe al grado de no escuchar las estaciones de radio comercial y toda su atención se centra en lo que ocurre cotidianamente, siempre con la sonrisa contenida, la mayor de las veces, porque las ocurrencias de la palomilla no se hacen esperar. Le llaman radio rural, creo, y es un canal abierto a la intercomunicación de esa gran familia sudcaliforniana donde se envían mensajes, dialogan directamente, sueltan algún rumor, se dan pésames, recetas etc. etc.

En estos días, estando reunidos alrededor de un juego de malilla, se escuchó por el equipo de comunicación un llamado de auxilio proveniente de un rancho enclavado en la zona borreguera, donde dos señoras que estaban solas en el rancho pedían auxilio porque decían que fuera de su casa había un hombre, un “andarín” (como le llaman en la zona a toda aquella persona desconocida que pasa caminando, a pie, por las veredas) gritando buenas noches.

Las señoras se asustaron y ni tardos ni perezosos un grupo de muchachos se alborotaron a salieron al rescate de las damas y en persecución del multinombrado Andarín. Obvio decirles que si en el día está difícil cortar huella en la noche es peor. Armados de lámparas sordas rebuscaron en los alrededores y los resultados fueron nulos.

El andarín voló. Al rato, más nochecito, todavía se escuchaban los mensajes de apoyo y solidaridad con las señoras, y la alarma generalizada de que estuvieran ojo avisor con el mentado andariego. No faltó el Güero Agustín Gabanelli que aperingó el radio y les comunicó a todos que había visto pasar al andarín cargando un tambo de pitahayas, con lo que la tensión disminuyó y las carcajadas no se hicieron esperar.

Así las cosas por allá. A las muchas horas, muchas, pasaron los policías a ver qué pasaba por la zona del rancho La Púa. Creo que para entonces el andarín ya se habría comido todas las pitahayas.


Emilio Arce Castro
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