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Ay las funerarias - Miguel Angel Aviles

Ay!, las funerarias

No sé si el anuncio es un gesto de solidaridad con la ciudadanía para que nos sigamos cuidando o es una expresión de júbilo hacia sus pares de este giro comercial al ver que la terrible pandemia no se va y les sigue generando jugosas ganancias.

Ya no sé.

 

ESTO AÚN NO TERMINA

Juntos podemos

Así reza un promocional, con letras grandes, en el frontal de la funeraria San Martín y, de entrada, uno no puede más que concluir que la personas que tuvo esta idea, no tiene la suficiente competencia comunicativa de los significados que puede causar una vez publicado esto o es dueño de una fina ironía de la cual aún no está enterado o quién sabe.

Porque habrá personas como el profe Luis Alberto Soto Alcántar, mi guía espiritual en cuestiones lingüísticas, que al ser ya suspicaz o mal pensado con el lenguaje buscarán su lado interpretativo, siempre atinado, pero también ese letrero se topará con un lector común, que lo considerará inapropiado o inusual ante una situación como la que estamos viviendo.

Y es que, como bien saben ustedes, la comprensión lectora es dura y no se presta con cualquiera. Es allí, como en el caso que nos ocupa, donde radica la contradicción (semántica, tal vez,) pero contradicción al cabo, lo cual hace preguntar, qué, realmente, pretendían o nos quisieron decir con esta frase.

Si nos ponemos de mal pensados, el anuncio es para el gremio, de manera tal que el destinatario de la proclama son las funerarias, a cuyos propietarios se les exhorta a que se pongan todos las pilas para sacar la mayor ganancia, pues una rachita como esta, no le vuelven a tener.

Pero si nos ponemos en plan serio, como les decía, el autor del anuncio se muestra preocupadito y se dirige a nosotros, para que nos cuidemos, para que no bajemos la guardia, para que no cantemos victoria ni nos hagamos vivos , ya que de lo contrario, podemos, más temprano que tarde, llegar al recinto en el cual está expuesto el mensaje y de ahí pasar al crematorio, primero, y enseguida, a esas estadísticas tan discrepantes entre el dato oficial y el que registran otras fuentes hasta ahora, desde que una voz desde lo alto, le dijo al pueblo bueno, que se había podido domar a la pandemia estaba domada, y que íbamos bien, muy bien.

Uno quisiera darle a este grupo funerario el beneficio de la duda, y concluir que no hubo dolo, ni humor negro ni burla subliminal alguna. Más bien, pensemos, que el singular publicista fue metido en aprietos por quienes le ordenaron el trabajo, al grado de ponerlo contra la espada y la pared, con esta disyuntiva:

Si el mensaje era literal y honesto, sus ventas podían ir a la baja, con riesgo de un quebranto. En cambio, si hay un mensaje oculto, más bien de dientes para afuera, entre si lo digo o no, seguirán a la alza pero sin poder dormir, por el martirio de su conciencia al estar incrementando su fortuna, como nunca antes, a costillas del dolor ajeno.

Total, que al no querer ir al grano, por los motivos que ustedes quieran, optó por uno enunciado no directo, sino indirecto, por una oración no literal, ante que literal, creyendo que así mataba dos pájaros de una pedrada y además quedaba bien con Dios y con el diablo.

Pero sucede que así se enreda más la piola, ya que, según los expertos, cuando usamos enunciados directos y literales en un discurso o en una conversación, es más probable, subrayo, es más probable que el significado resulte claro y que el interlocutor pueda procesar el significado tal y como se quiere que lo procese.

Y aun así, con enunciados directos y literales, no es garantía que el oyente identifique el carácter directo del enunciado ni los significados literales de las palabras y del enunciado, ni la intencionalidad comunicativa. Ahora imagínense si nos quieren aleccionar con ese aviso tan enredadito. Nos confundimos más.

Yo hubiera sido de la idea de que, si ellos querían una cosa, no la que interpretamos, no la que suponemos, no esa que llega a ser inoportuna o hilarante, según se vea, pudieron haber dicho:

1.- Si era preventivo y se dirigía a la comunidad en general:

“Cuídense mucho, no los queremos ver aquí, ni vivos ni muertos.”

2.- Si era una estrategia, dirigido a su giro comercial para estimular las ventas:

«Vamos, muchachos, échenle ganas, sé que están cansados pero esto no se ve todos los días, no desaprovechemos el gran espacio de oportunidad que nos trajo el coronavirus para hacer nuestro agosto. Se ve, se siente, el Covid está presente ¡Ánimo!»

No fue así y mejor se decidieron por este ambiguo promocional de marras

ESTO AÚN NO TERMINA

Juntos podemos.

Lo peor, es que en cualquiera de las acepciones que hubiera pensando, tienen razón.

Por cierto, hablando, de pensar, alguna vez pensaba sobre los legendarios velorios en casas o en domicilios particulares y escribamos esto:

Cuando todavía se acostumbraba velar a los muertos en las casas y el domicilio dispuesto para tal propósito sufría una transformación en un ratito. Casi siempre la sala era la elegida para instalar el velatorio. En cuanto se tomaba esa dolorosa decisión sacaban al patio cuanto mueble hubiera en esa pieza. Mientras allá, en otra parte, elegantizaban la fachada del muertito y decidían qué vestimenta iba a llevar a su última morada, en esta otra parte se instalaba todo el escenario propicio para el fúnebre momento y poco a poco se iba llenando el espacio de flores frescas y santas imágenes para la ocasión. La gente se acercaba a la vivienda cuando ya suponían que no tardaban en traer el ataúd. Cuando éste llegaba, los llantos iban aflorando conforme lo iban poniendo ahí en la sala. Valía mejor hacerse el fuerte si no eras muy allegado a ese muertito porque en cuanto abrían el cajón, los dolientes se aferraban a él y manaban con más exaltación las lágrimas. Luego el sufrimiento aparentaba sosegarse y, prevaleciendo la cortesía, empezaban los acuerdos para saber qué se brindaría a los concurrentes. Las ollas de café no se dejaban de poner, para servirlo con leche Clavel y galletitas cuando menos. Si la ceremonia iba para largo, no había de otra más que atizarle al caldo de pollo o a un menudo. En el patio o en la orilla de la calle se juntaban los señores de sombrero, de figurada fortaleza, y empezaban a correr las bebidas como si aquello fuera el comienzo de un jolgorio. Estos velorios caseros eran notables: no faltaban los desmayos y los algodones con alcohol en la nariz y la resistencia porque no se fuera el ser querido. Un día después llegaba la carroza, de vuelta se agudizaba el llanterío y se apagaba un rato y volvía a subir de tono en el camino o en el panteón escogido como destino. Todavía faltaba el novenario y tremendas comilonas, hasta que un día llegaron, irremediablemente, las aguafiestas funerarias.


Miguel Ángel Avilés Castro
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