Brillantina
Cuando no había gel ni nada de eso y se usaba la mantecosa brillantina Jockey Club cuya botella tenía pintado a un cabrón montado en un caballo; luego llegaría la Wildroot, en botella blanca con negro
Cuando no había gel ni nada de eso y se usaba la mantecosa brillantina Jockey Club cuya botella tenía pintado a un cabrón montado en un caballo; luego llegaría la Wildroot, en botella blanca con negro
Tenía varios tatuajes en el brazo izquierdo: una cruz con una flor y otro de una flor; y una montaña con un círculo en la parte superior del hombro izquierdo.
Tres cuadras más adelante ese perro va a cambiar de dueño. Así se lo comenté a mi madre quien esa tarde de principios de año, a paso lento, me acompañaba al centro comercial que acababan de inaugurar, pero seguramente no me oyó porque desde entonces ya se estaba quedando sorda.
Compartir en:FacebookTwitterWhatsappEmailHay quienes de esta pandemia se han reído y hay quienes, debido a ella, han llorado porque alguien se ha ido o porque no pueden vivir esto que viven a solas. “Esto” no es la pandemia en sí ni la cuarentena, le diré sino lo que ambas cosas pueden estar provocando, por más esfuerzos …
Si esos pasajeros que ahora veo descender felices hubieran sabido en quien venía depositada la confianza para garantizar la seguridad de este avión que nos trajo desde el Distrito Federal a Hermosillo, antes de tocar tierra los mata la angustia y la terrible desesperación.
Los nublados que he visto en estos días, son esos mismos que recuerdo de los finales de año cuando era niño.
Es un nublado grisáceo no siempre confortable para los que suelen tener lastimada el alma.
Yo no sé, bien a bien, qué sea un preinfarto ni mucho menos un infarto. Tampoco una Encefalopatía hepática ni mucho menos un blefaroespasmo.
Muchos otros más tampoco lo saben, pero las pronuncian como si lo supieran.
Cuando los veía salir hacia la tienda, con ese morral donde tintineaban dos envases de ballenas, sabíamos que ella había llegado.
Eran sus nietos y se trasladaban hacia el abarrotes El Perico para adquirir el elixir que le permitió vivir el día a día, como ella quiso y morir, tal vez cuando ella quiso.
Platicaba Chuy Manríquez, inolvidable amigo, que, en un pueblito no tan lejano de La Paz, los habitantes solían andar descalzos porque así era la costumbre o porque andaban más a gusto o porque se les daba la gana. Punto.
Y cuando, inusualmente, alguien rompía con esa tradición y calzaba ese par, casi nuevecitos, que guardaba desde hace tiempo en el ropero, eran tanta la sorpresa de los demás que de inmediato soltaban la pregunta: ¿traes gripa o vas pa’La Paz?
Ayer que desperté me vi al espejo y, por obvias razones que espantarían a cualquiera, me quedó más que claro que ya me urge un corte de cabello pero pues no se ha podido y me tengo que aguantar.