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Fuego - Miguel Angel Aviles Castro

¡APUNTEN!

¡Ahí esta el pan!, dijo “El Mory”, y apuntó para la casa de la maestra, sin saber que en sus palabras se acuñaban para siempre el dicho y la sentencia.
 
Segurito que todo lo planearon en el parque, porque ahí, agazapados, le daba por planear sus correrías.
 
“El Mory”, “El Poca Risa” y “El Ángel” con su diente de oro, no la pensaron dos veces-que si la piensan no los cachan-y un día dehacemucho penetraron a la casa de la señorita escudero para robarle.
 
La precaución de la maestra les jugó rudo: su dinero lo tenía en el banco. Más como se iban a quedar así; y entonces ellos también jugaron rudo, muy rudo con la damita. Se le fueron encima y, entre los tres sin consideración alguna la violaron, la mataron y la quemaron.
 
El crimen espantó a la ciudad entera y ocupó las primeras planas de los periódicos El Imparcial, El Pueblo y sobre todo en el Heraldo dirigido por Jesús Tapia Avilés, el indignado sobrino de la difuntita.
Estos diarios comandaron el reclamo y comenzó la cacería. Ni una pista ni una huella que pudiera iluminar la indagatoria.
 
Pero “El Chachabal”, vendedor de pescado en el mercado y buen amigo del Ángel, no era bodega de nadie. Contaría que una tarde oyó al “Mory” decir “¡ahí está el pan! apuntando hacia la casa de la señorita Escudero y refiriéndose al botín que significaba para sus tropelías el entrar a la casa de esta. Así nacería un dicho popular de antaño: “ahí esta el pan, dijo el Mory”, citaba la gente, con exclamación, para referirse a cualquier detalle.
 
El pitazo del “Chachabal” bastó a la autoridad para ir tras ellos. La colonia “El Coloso” se iluminó de pronto con las luces de las patrullas. Peinaron el barrio y peinaron los cerros hasta que por fin, abajo de una cama, encontraron primero al Ángel. Más tarde caerían “El Mory” y “El Poca Risa”. Los tres fueron a parar a la penitenciaria, esa no tan muda giganta de cantera.
 
Con el arengue de los periódicos, la gente de inmediato exigió la pena de muerte para los asesinos. La Familia de los detenidos alegaba inocencia y se resistía a creer en su participación.
 
Devino el juicio y “El Mory” y “El Poca Risa” quesque salieron pronto pero el Ángel-culpable o no- tuvo que bailar con la más fea: lo sentenciaron a Muerte y comenzó la espera.
 
Pa pronto los padres del Ángel-don Jesús Piñuelas y doña Enriqueta Vega- él bajándose del carro de rines de madera, ella tirando el delantal donde cayera, fueron en auxilio de su venteañero hijo, concentraron a toda la familia-unos nacidos en el otro lado, otros aquí-y juntos hicieron el montón en favor de “El Ángel”.
 
De nada valió. El Ángel fue puesto en capilla y sería fusilado en el paredón de la penitenciaria como marcaba la ley.
 
Doña Enriqueta, sin embargo, se jugó la última carta: fue con la mamá del Gobernador y le pidió clemencia para su hijo. Al Ángel le conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua, y al tiempo agarró sangrita: Quizá para recordar sus años junto al “Mory” y “El Poca Risa” se trajeó con su livais, su camisa blanca y sus eternos mocasines.
 
Eso sí: nunca fue un preso modelo: de las bartolinas pasaba a las mazmorras y de ahí a los hoyos; hasta en las Islas Marías estuvo y desde allá se lo trajeron para darle la buena nueva de que su cadena perpetua se había convertido en treinta años de prisión.
 
A los veinte años compurgados “El Ángel” logró su Libertad pero siguió en sus andadas. Cuentas las voces de esos tiempos que siguió viviendo de sus padres y de la droga que dicen que vendía.
 
Conoció a una mujer pero el gusto se lo quito la muerte cuando se llevó a esta muchacha debido a una sobredosis.
 
Montó en su suerte y se fue a vivir con la Chona, su hermana. Pa pronto saldría volando de esa casa y a partir de ahí El Ángel hizo de su vida-la perdonada- una amante de los bajos fondos y de la leyenda que fue tejiéndose a su alrededor.
 
La otra sentencia estaba afuera, en la ciudad, en el centro, en los ojos de la gente y en los fíjatenomásquedescaro que disparaban las lenguas de fácil prosa cuando lo veían pasar. “Son una bola de mitoteros”, decía él, y anteponía una esquiva loca cuando alguien intentaba tocar el tema.
 
Por eso a lo mejor El Ángel le agarró la mano a la soledad y con ella se hizo viejo. Nunca supo o quien sabe, que “El Poca Risa” murió una noche de tristeza y que “El Mory” batiéndose a muerte con el alcohol este tarde que temprano lo venció.
 
Por algunos años y hasta no hace mucho, esquelético y marchito, como un guardián eterno en las afueras del Mercado Municipal, El Ángel te estiraba la mano en busca de unas monedas para el buen vivir.
 
Con un bordón, de vez en vez y de peso en peso, El Ángel se levantaba la manga del pantalón para rascarse o enseñarte esa pierna herida que se le estaba cayendo a pedazos.
 
La gente lo veía, se aconsejan y se iban. El Ángel, por su parte, le echaba algo a sus bolsillos y esperaba el mediodía para irse. Apoyándose con el bordón, a paso lento y guiándose con un solo ojo, cruzaba todo el centro, el Parque Madero y lo que fueran los matorrales donde por tantos veces se agazapaba junto a “El Mory” y “El Poca Risa” para planear sus correrías.
 
El Ángel a mitad del parque se paraba a descansar. Luego avanzaba como una tortuga tuerta por toda la banqueta que para él ya era un patíbulo, mientras que atrás, sobre su espalda lánguida, seguían las paredes de la cárcel vieja donde una vez le perdonaron la vida que ahora lentamente se le estaba yendo, así: como a todos los mortales, se le estaba yendo. Se le estaba yendo.
 
¡¡¡¡ FUEGO!!!!
 
“Cuando les notifiqué la decisión de que iban a ser ejecutados, tuve que ir a la iglesia, por que necesitaba la clemencia de Dios.
 
A sus 74 años de edad, Alberto Ríos Bermúdez el juez que ejecutara las últimas dos penas de muerte en Sonora habla por primera vez:
 
“Yo nunca estuve de acuerdo con ella, pero fue una decisión del gobernador; me trajeron desde los Ángeles California, recibí la orden y como juez primero del ramo penal la tuve que acatar” comienza.
La finalidad de esa pena de muerte es que no se siguieran cometiendo delitos graves, pero a mi juicio esto no se ha logrado, asegura.
 
Originario del Distrito Federal, de madre Sonorense y padre Yucateco, carrancista para mas señas, el veterano jurista se declara abiertamente opositor a esta pena.
 
Aunque en broma-o no tanta- hace una excepción: “al que tendríamos que matar es al presidente del otro lado, al Bush por que ese es el primer criminal que existe en el mundo.
Entrevistado en sus oficinas de Londres 69 del centro histórico de Hermosillo, el abogado litigante le apuesta a su memoria, casi dicta sus respuestas, sus ayudantes lo distraen, pero decide compartir los recuerdos de la víspera de aquel 17 de junio de 1957 cuando murieron fusilados José Rosario Don Juan Zamarripa y Francisco Ruiz Corrales.
 
Su escritorio está lleno de fotos de familia, hay una pequeña bandera mexicana, un pescado de hule que al tocarlo parece cobrar vida y una lupa descansa encima de un libro.
Desde ahí narra con pesar el momento en que leyó la sentencia a los condenados; se le dificulta recordar sus nombres completos, regresa a la madrugada de la ejecución y la reconoce como uno de los episodios más duros de su vida.
 
“La decisión sorprendió a todos y se me encomendó ejecutarla como juez primero del ramo penal; se tuvo que llevar a cabo en pleno sigilo y, para ello, la única condición que yo puse fue que estuviera presente el subjefe de la Policía Judicial del Estado, Don Ventura Pro, ya que a mi juicio a sido uno de los más destacados de la corporación.”
 
“También me asignaron al mayor brunett que era el primer ayudante del señor Gobernador del Estado, don Álvaro Obregón y a una Secretaria de nombre Amalia originaria de Cananea.”
Ríos Bermúdez, quien fuera también magistrado del Poder Judicial del Estado, repasa su momento mas difícil: “24 horas antes de sus ejecución nos tuvimos que presentar con estas personas para notificarles que se les iba a ejecutar la pena de muerte; llegamos a las cinco de la mañana y ahí se lo comunicamos”
 
Ahí, dice, lo sorprendió un detalle:
 
“Al firmar su notificación zamarripa estaba poniendo el nombre de “Penitenciaria” como si fuera su firma. Para mí que tuvo un desquicio en su cerebro al recibir la noticia. Corrales si firmó.”
 
“Para ellos como para mi fueron muy duras estas diligencias, y tanto la secretaria como yo tuvimos que ir a catedral ese mismo día.”
 
“Era la carga de los acontecimientos, fue algo muy duro, yo tenia 27 años de edad y tres de haber salido de la escuela.
 
“La ejecución se llevaría a cabo al día siguiente, también a las cinco de la mañana; me acompañaron las mismas personas y ahí estaba ya el Licenciado ibarra Selder, Procurador de Justicia del Estado de Sonora.”
 
Con él se dio tiempo para dialogar:
 
“El Licenciado Ibarra consideró que lo mas propicio era la pena de muerte porque se trataba de gente que había violado y había matado a unas menores de edad. Yo no estaba de acuerdo en la pena de muerte, pero eran órdenes del ejecutivo y tenia que cumplirlas. Yo no había dictado esas dos sentencias.”
 
Pero nada pudo hacerse, quizá ni tan siquiera una buena defensa legal en favor de los condenados, como él lo insinúa, y entonces vino la ejecución:
 
“Fue un pelotón de la policía municipal comandados por el teniente Ojeda encargados de disparar en contra de estas personas: Zaparripa si se dejó vendar los ojos, Corrales no, dijo que no necesitaba, seguía pidiendo el indulto por haber servido a la Revolución”, recuerda.
 
“Sé que para ellos fue una sorpresa, el gobernador firmó la sentencia dos días antes, por la presión social, porque la gente se quejaba de que había muchos violadores. Incluso esa mañana se colocaron estratégicamente en una celda a muchos violadores para que vieran esa ejecución.”
 
Al respecto precisa: “No era el delito de violación lo que originó la pena de muerte sino el homicidio de la niñas, sin embargo se aplicó para evitar que se siguieran llevando a cabo estos delitos sexuales, pero hasta la fecha siguen, hasta la fecha siguen” repite.
 
Eso fue un elemento también para el sigilo.
 
“Yo estaba en Los Ángeles con unos parientes. Me echó un telefonema el señor Jesús Campoy, Secretario General del Supremo Tribunal de Justicia, y me dijo que me viniera, que era una cosa muy delicada y que aquí me la iban a informar. Me pidió absoluta discreción. “Llegué en camión y me llevaron a las oficinas de gobierno, ahí me dijeron que tenia que ejecutar esas penas de muerte.
 
“La madrugada que llegamos a la penitenciaria para llevar a cabo la ejecución ya había gente, relativamente ya había gente, prominentes funcionarios, policías, y mas tarde unos cuantos “mirones” por ahí.”
 
“A los violadores los colocaron de tal modo que presenciaran la ejecución. Enseguida sacaron a Zamarripa y a Corrales. El oficial Director de la ejecución dio la orden: “¡atención!… en posición de tiro:
 
“Ruiz Corrales y Zamarripa guardaron los papeles que tenían en las manos y musitando oraciones se pusieron en posición de firmes.
 
¡Preparen! manda el oficial y se escuchó el sonar de los cerrojos de los fusiles.
 
Sólo uno tendría balas de salva para tranquilizar la conciencia de los fusileros.
 
¡Apunten!. Corrales se puso la mano derecha en la espalda. Zamarripa alzó la cabeza y sacó el pecho en una actitud típicamente militar.
 
¡¡Fuego!!.Exactamente a las 5:05 se escucharon las descargas.
 
Zamarripa cayó hacia atrás y se quedó sentado recargado en el paredón. Corrales se precipitó a la izquierda agonizante. Luego Zamarripa cayó sobre corrales.” Después, dice Ríos Bermúdez, los gritos fueron para el procurador: “¡Ya estarán a gusto, ya estarán felices de haberlos ejecutado!, coreaban los demás internos que observaban.
 
Pero la ejecución aún no finalizaba, advierte el ex juez:
“los policías tiraron las matracas, pero los reos quedaron vivos. El jefe del pelotón sacó su 45 y les dio el tiro de gracia. Eso fue lo mas duro para mi”
 
“Levanté un acta, que se habían ejecutado las penas muerte. Yo estaba fuera del mundo, así duré por muchos días. Creo que ya lo digerí, pero es algo que nunca quisiera volver a vivir, ni a esta edad quisiera volverlo a vivir…»
 

Miguel Ángel Avilés Castro
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