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Abuelos - Malena

Abuelos

Mi abuelo paterno coleccionaba relojes, los tenía todos en un cuarto de su casa caminando a la misma hora todos. La verdad es que lo vi muy poco, odiaba los aviones porque una gitana le dijo que jamás se subiera a uno, así que no venía, era hijo de francés, se guapeaba mucho, iba al mercado con traje, sombrero, corbata y calcetines de rombos, sus zapatos brillando como el sol, oliendo a colonia y sus anillos de oro llevaban siempre alguna piedra grande, roja o azul Le gustaba tomar tequila de aperitivo. Había en los pleitos y en el amor que tuvo con la abuela Alicia, algo que todos nosotros heredamos: una pasión testaruda, una gran sed por darse, nada era tibio con ese par. Mi abuela paterna cantaba y bailaba, eso si no lo heredo nadie y tenÍa una froma de reírse muy especial, que a veces encuentro en mi propia risa. Se ponía flores en la cabeza, usaba labiales con colores fuertes, era flaca y fumaba como chimenea, solo el tiempo le tranquilizó el espíritu.

Don Pancho y doña Pachita eran mis otros abuelos, nada que ver con los otros dos de arriba, artistas, faranduleros y trasnochados de los años 20. Don Pancho era de Jalisco, campesino, su mujer, era maestra y catequista, llegaron a la ciudad con sus 8 hijos. Eran suaves, tranquilos, tiernos y buenos. Don Pancho llenó nuestra infancia con sus gallitos de origami, su bastón para jugar fútbol, su gusto por las «morenitas» (coca-colas) su sombrero y sus lentes rayados, que le hacían ver fantasmas y hablar con ellos. Mi abuela materna Francisca Acevedo me heredó su color de la piel y el sarcasmo retorcido con que contesto algunas veces.

Sencillos en su vivir, sencillos en su morir, algo de todos ellos camina conmigo, el gusto por las morenitas, los boleros, los relojes, andar descalza siempre, andar andando.

Feliz día de los abuelos. Los que todavía los tienen vayan a verlos no sean ojetes, en la medida de lo posible con un bote de nieve o pastel, es lo justo y necesario.



Malena Sorhouet
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