Korima PLACE

28. Gajes del oficio

Lo que en esta ocasión nos tocaría vivir, como muchas otras cosas de la vida, sucedía de manera accidental. “Negritos del mismo arroz; como reza un popular dicho.

Yo estaba por cumplir casi tres meses sin empleo, es decir, no había tenido compromisos formales o regulares con una actividad económicamente productiva.

¡Mmm, cosas cíclicas, de la construcción!

Las anteriores circunstancias me habían conducido a realizar un desesperante recorrido, en ambos sentidos, por el catálogo telefónico de todos los amigos con los que pudiera haber encontrado una pista al menos, para dar ante mi deprimente trote, con un empleo.

Y, como Dios aprieta pero no ahorca, recibí entonces una llamada telefónica a mi celular. En el identificador del móvil se alcanzaba a leer el nombre de un gran amigo. Contesté. Había pasado un poco más de una semana que me había comunicado con él,  y era precisamente él, quien me hablaba en esta ocasión. Después de los acostumbrados desplantes utilizados para saludarse, en el rigor guasón que es tan usual, entre viejos y buenos camaradas, me preguntó;

— Hola, inge, ¿oye, cómo te sientes para hacer un concurso de obra?

—Pues hace tiempo no hago uno, completo. Pero; ¿Cuánto pudieron haber variado, en estos años? L

La verdad es que hacía años que no participaba en este tipo de eventos, por varias circunstancias que se alejan de la ruta y alcance de esta vivencia. Sin embargo, continué diciéndole;

—En estos últimos, sólo he tenido la oportunidad de participar en la elaboración de los precios unitarios, costos y rendimientos…, tú ya sabes.

En el transcurso de nuestra, amena, charla telefónica me enteró que se trataba de la construcción de un conjunto de edificios para una secundaria técnica, de nueva creación. Allí mismo nos pusimos de acuerdo, y por la tarde de ese mismo día estábamos en su oficina, e iniciábamos todo el embrollo que un concurso implica.

Cuando hice presencia al llamado referido, me encontré con que se encontraban, en la oficina de mi amigo, un par de chamacos, muy jóvenes. Claro, muy jóvenes, comparados conmigo. Este par de muchachos se habían acercado a mi camarada, enterados de sus conocimientos y capacidades; solvente como persona, eficiente como profesionista, además de un aguerrido hombre de empresa.

Ambos llevaban la misma edad, o la diferencia pudiera considerarse imperceptible. Uno de ellos portaba un rostro con los rasgos que se definían como los un chavo listo, desde la primera y pronta apariencia; el segundo parecía ser su ayudante, algo obtuso y de gris personalidad que se dedicaba a mirar a su “jefe” mientras refrendaba todo intercalando monosílabos y esbozando sonrisas de asentimiento a cuanto decía o explicaba,  el primero.

Y sin embargo yo no alcanzaba a entender, a las primeras de cuentas, cómo estaba es que se había dado es relación. Y por otro lado, era lo que menos me importaba. Pero creo que las dudas se me pintaron en el rostro, porque me regalaba, mi amigo, una detallada disertación al respecto; evadiendo situaciones superfluas o adornos estériles, digerí al instante, los hechos. Acto seguido, me explicaba;

—Mira Carlos. La oferta es buena; se te pagará por tu trabajo, es decir, por la elaboración del concurso. Luego, queda comprometida la residencia de la obra, para ti, al asignarse el contrato.

La oferta se presentaba, en realidad, atractiva. Sobre todo para alguien que llevaba tres meses en cesantía, como yo. Y dado que no había muchas cosas que sopesar ni meditar, asentí de inmediato, primero, con un ligero movimiento de cabeza. Enseguida de palabra, cuando afirmé, dirigiéndome a todos los presentes; —Muy bien, en eso estamos. Adelante, entonces.

El respaldo al que los muchachos se referían era a través de una empresa, cuya talla era de tenerse muy en consideración, pero con un defecto; era foránea. Y por el hecho de no ser local, se contemplaba muy alejada la posibilidad de lograr el acceso a la adjudicación de este contrato, ni de ningún otro. Sin embargo era tan gigantesco el entusiasmo que contagiaba a cualquiera y quedamos inmersos en ese ánimo. Concluimos las tareas de integración de la propuesta, lo realizamos en un sólido equipo de trabajo. El mismo día en que concluíamos, listo para entrega, el paquete correspondiente al concurso, recibíamos forasteras visitas; y de muy altos vuelos. Un equipo de personas que lideraban aquella constructora, nos acompañaba.

Las cosas tendían a aclararse. Las ideas se sedimentaban, al menos para mí. Se nos instruyó respecto de la dinámica y visión que sostenía, a nivel nacional, la empresa. Era en verdad una empresa grande, comparada con cualquiera de las constructoras locales y a partir de estos datos, visualizamos multiplicadas las posibilidades que se avizoraban. 

Quedamos en primer lugar en la apertura y lectura de las propuestas económicas. Se inclinaban a nuestro favor, entonces, todas las posibilidades de ser los ganadores del contrato correspondiente y por supuesto que eso era motivo suficiente para lanzar la casa por la ventana en un gran festejo. 

Tuvimos, aparte de jolgorio, una sucesión de reuniones en las que se consideraron un sin fin proyecciones. Se confirmaron, de manera concisa, ciertos compromisos entre los involucrados. Todo giraba en relación a cómo se coordinarían las actividades inherentes a la dirección y ejecución de la obra, que el contrato abarcaría. Nos desenvolvíamos en un gran ambiente de certeza y confianza que, considerábamos que prácticamente era “mero trámite” la espera del fallo y asignación del contrato.

El día en que se asignaba el contrato, nos encontrábamos reunidos en la oficina de mi amigo. Se respiraba un ambiente de confianza y camaradería. Sentíamos un poco de ansiedad, sólo porque esperábamos la llegada, de un momento a otro hasta ahí, del joven de personalidad gris, quien había corrido con la responsabilidad de ir a la entrega de las propuestas, y por supuesto, también al evento donde se daría a conocer el fallo del concurso. Esperábamos pues, ansiosos, el toque en la puerta que avisara su llegada; tras su arribo, llegaría la ansiada noticia. 

Escuchamos por fin, el rin, rin, del timbre. El muchacho listo, su jefe, se adelantó para ir al encuentro de su ayudante. Ingresaron a la oficina y sus caras lucían desencajadas. De inmediato presentimos que algo no había salido bien. ¿Pero qué podía haber salido mal, si todo fue, minuciosamente, revisado?.

Habíamos sido “descalificados” y el acta rezaba los motivos; 

“que no se habían tomado en consideración las modificaciones hechas al catálogo de conceptos en la junta de aclaraciones, mismas que fueron inscritas en la minuta correspondiente, la cual se hizo llegar a todos los contratistas, vía compra net”

 ¡Maldición! Se trataba de un documento que nunca estuvo a nuestro alcance. Nadie se había dado a la tarea de recibirlo.

Mi amigo, el dueño de la oficina donde nos encontrábamos reunidos, siempre se caracterizó por ser explosivo en extremo, tanto para exponer sus ideas, así como en la toma de sus decisiones. Y éste día, por supuesto, tendríamos una clarísima exposición de su carácter.

Juntando todo el ímpetu de que era capaz, gritó y vociferó, de tal suerte que sus expresiones lingüísticas no fueron pulcras. Nos increpó a todos por igual, repartió culpas de todo y por todo, mientras cantaba un coro de santas y celestiales mentadas de madres y padres para todos los presentes. Remataba machacando, que si éramos esto y, lo otro.

Entramos en un estado de pánico ante la explosiva reacción, y el chavo con cara de listo, que era el punto de contacto, se mantenía con la cabeza baja y buscando afanosamente el momento para evacuar el recinto de reunión. Su ayudante le imitaba. Y yo, que nunca estuve fuera del reparto de mentadas, me sentía en ese preciso instante, también, con la misma e imperiosa necesidad de retirarnos.

La obra no había sido asignada a nadie. En realidad el evento se había declarado “desierto”. Existía la posibilidad, entonces, de volver a participar. El joven del contacto volvió a comunicarse con mi amigo. Pero éste, en una perorata “sin ton, ni son, ni fin y sin rumbo alguno”, volvió a explotar y vociferar, intimidando de sobremanera al imberbe contacto.

Las cosas quedaron en el aire, sin definición alguna. Además al muchacho contacto se había espantado tanto con aquellas reacciones y se le habían desaparecido los ánimos de continuar en contacto con mi camarada. Sus exabruptos lo llegaron a preocupar, de sobremanera. Sin embargo, como la posibilidad seguía latente, terminó por invitarme a mí, por separado, y por supuesto que mi amigo terminó dándose cuenta de ello.

Recibí una llamada, de mi camarada. De inmediato lo noté muy mortificado y tanto cuanto molesto. Él ya había realizado conclusiones y proyecciones respecto a eventos futuros, es decir, estaba en espera, aún, de que el muchacho se contactara, con él, de nuevo. Y me dice;

—Oye ingeniero. Recuerda que ¡yo soy el contacto! Lo tuyo es chamba y ya se te pagó el concurso que hiciste. Lo demás depende de conseguir el contrato. Sólo espero que no me vayan a dejar fuera. 

Sorprendido de sobremanera, le contesto;

-¿Qué pasó ingeniero? Tú mejor que nadie sabes que la toma de decisiones no está en mis manos. Pero si hay que presentar la propuesta de nuevo, cuenta conmigo para ello; inclusive esto, sin pago alguno, independientemente de cuál sea el resultado final.

—¡No, no, inge! ¡No es así! Tú sigues estando en la polla, con lo de la residencia de obra.

Sin embargo el muchacho, amoscado por las experiencias vividas se mostraba algo nervioso, la confianza, en mi amigo, había emigrado. Sus reacciones intempestivas le habían causado demasiado ruido. Y optó por buscar otras posibilidades donde mi camarada no estaba incluido.

En efecto, pronto encontró otras posibilidades y el muchacho me invitó, personalmente, a participar. La invitación contenía sólo la promesa de trabajar. De sueldo inmediato no se podía considerar ninguna posibilidad. Así es que nuestra única tabla de salvación, era la de ganar el contrato y acceder a la oportunidad de trabajar y tener sueldo. Contra todo pronóstico, acepté.

Las cosas no se quedaron ahí, se complicaron muchísimo más, ya que el apoyo foráneo caducaba. Pero la juventud acarrea consigo muchos sueños y esperanzas y una ausencia de cansancio. Y tras una incesante y febril búsqueda, encuentran un espacio-oficina, el cual tenía alquilado un muchacho contador y amigo de los muchachos. Desde ahí, en esta nueva trinchera, convocan y logran convencer a un joven ingeniero llamado Heber; una nueva, fresca, jovial y local posibilidad. Tenía, a la primera impresión, cara como de santo. 

Tras las manifestaciones de extrañeza ante lo que considerábamos como inusual, de aquel nombre, nos explicó que, desde su  más remota etimología, Heber significa; “Ser muy humano, amable, comprensivo y sensible”. “El rostro va unido a tan importante significado del nombre”, pensamos todos, pero sólo sonreímos ante tal lección. No teníamos argumento alguno para no creer en sus palabras y por otra parte; a quién carajos le importaban, en estos momentos, las acepciones técnicas o etimológicas de un nombre.

El nivel de entusiasmo cobraba renovado brío y palpábamos muy de cerca la nuestra, o al menos la presentíamos, así que nuevamente nos veíamos inmersos en titánicas tareas. Nos inscribimos, sólo Dios sabe cómo, en nuevas posibilidades de concursar obra y con la bendición del Poderoso, trabajamos en espacios prestados.

Pero lográbamos, al fin, la obtención de tres contratos, en los que, Heber, había puesto “sólo su santificado nombre”. Ni tinta, ni papel, ni trámite alguno. Nosotros éramos todo júbilo y lanzábamos gritos al aire de; ¡Por fin tenemos trabajo! Nos tomábamos de la mano, el chavo listo, su ayudante y yo.

Decidimos pasar al siguiente nivel y alquilamos un espacio que nos daría las comodidades de una oficina. Se formalizaron los contratos. Para ello se hace necesaria la presencia de Heber, para estampar su firma ante trámites, ineludiblemente oficiales.

Tras varias reuniones de trabajo asentábamos acuerdos importantes. Se llevaron a cabo toda clase cálculos técnicos y económicos; se distribuyeron las tareas a realizar por cada una de las partes, y muy pronto estamos todos trabajando a todo vapor.

A mí me tocaba la residencia de la primera obra, un edificio que serviría para alojar la dirección de una Escuela Secundaria, en una comunidad del municipio de Comondú.

Para esto y con grandes visiones de éxito, yo había integrado un equipo de trabajo con el que habíamos construido, anteriormente, varios edificios escolares. De hecho, mi jefe de cuadrilla me había acompañado a todas las visitas de obra que fueron necesarias; Sin embargo, no me fue aceptado el equipo en quien yo cifraba mis esperanzas. Por el contrario, me fue impuesto un “destajista” a quien yo desconocía completamente. Se trataba de un muchacho muy joven y entusiasta, que lidiaba con un grupo de gentes que junto con él, jamás habían construido edificios para escuelas. Sin embargo arrancamos y mi equipo de trabajo quedó relegado y sin trabajo.

Más adelante, al transcurrir de muy poco tiempo, se inicia el segundo contrato; la construcción de cinco aulas para una escuela primaria, también en el municipio de Comondú. Prácticamente enseguida, se inician los trabajos de demolición y construcción de una cancha deportiva y el remozamiento de dos edificios, de dos aulas cada uno; ¡Arrancábamos con el tercer contrato!

Pero como aquello de que; el que mucho abarca, poco aprieta o ni con mucho madrugar, amanece más temprano; las cosas no marchaban bien, o al menos, no como debieran ir bajo nuestro muy particular concepto.

Posteriormente se me ofrece trabajar como destajista. Lo veo como una gran posibilidad, y accedo. Se inicia entonces una etapa de insidias. Lo bisoño en las experiencias del ayudante de personalidad gris, llega al grado de ser enfrentado conmigo. Por fortuna, para mí, sólo se trató una improductiva semana en la que adquirí compromisos y ninguna remuneración, ni justa ni injusta. Y tras algunos alegatos, los trabajos realizados fueron remunerados y quedaron zanjados los compromisos adquiridos. 

Se advertían los trazos de una ingrata estratagema cuya perversidad suprema se sustentaba, sin resquicio de dudas, en enormes dosis de mala leche; concebida ésta, y puesta en juego, por el hombre del nombre y rostro de santo, auspiciada con la intención de desembarazarse, a toda costa, de cualquier relación conmigo, como elemental prioridad.

El ambiente se empezó a tornar hosco y pronto se desvelaba un ambiente donde empezó a medrar el encono, e imperar la codicia. Y por supuesto que, a vuelta de un mes, después, estábamos desplazados los tres; El contacto, su ayudante y yo. 

La crudeza de estos días nos envolvía en un deprimente estado, en que nos embargaba la tristeza, el dolor y una fuerte dosis de coraje. Estábamos viviendo una decepcionante experiencia con el joven cuyo nombre había presagiado muy buenos augurios. Y a pesar de haber demostrado nuestras fuerzas por un beneficio común, fuimos desplazados y relegados a nuestra propia suerte, sin consideración alguna.

Pero fue tal el tesón, y con renovado brío, que de nuevo estábamos iniciando.

En esta ocasión le propuse al chavo listo y de contacto, hacer propias las posibilidades. Yo me proponía solventar y poner al día mi situación fiscal, realizando todos los trámites que fueran necesarios para contar con la condición de ser, personalmente, sujeto de contrato.

Esto tardaría sólo una pequeña cantidad de días. Por lo pronto, la moneda estaba en el aire. Buscamos, y encontramos, cuanto apoyo fue necesario y nos inscribimos en un primer concurso. 

Ésta misma licitación ya había sido declarada desierta, por cierto. Durante el último mes de conflictos, se había llevado a cabo dicho concurso. Yo me encontraba en compromisos de obra y fuera de la ciudad. Las joviales inexperiencias del grupo, los habían llevado a no concluir, ni en tiempo, ni forma, con dicha propuesta. 

Pero ésta vez, me estaba haciendo cargo, personalmente, de la integración completa de la propuesta;  el contrato nos fue asignado.

Las bendiciones y la bonanza, producto del esfuerzo diario, nos mantenía eufóricos. El ayudante gris, que empezaba, recién, a brillar con luz propia, nos fue solicitado por Heber. Una vez más, en un desigual trato. 

¡Oh, maldita sea!, atendimos a su solicitud; aún sentíamos la moral y estúpida obligación de no dejarlo solo, como él nos había dejado a nosotros. Pero la relación no fue por mucho tiempo. Las relaciones entre este muchacho y el equipo “familiar” que armaron después de habernos desplazado, no dieron nunca con bola, y por higiene laboral, lo retiraríamos pronto de ahí. 

Se quedaron a lidiar con su suerte, solos, rumiando el sabor dulce-amargo de sus miserias humanas. Y como consecuencia lógica de la ceguera que produjo la arrogancia puesta en cada uno de sus actos, las complicaciones se empezaron a multiplicar siendo absorbidas por una espiral que ya no podrían ser frenadas, por nadie. 

Fue por esos día en que por pura curiosidad y aceptando todos los riesgos que llevaron a un fatal final al gato, tuvimos la osadía de investigar acerca del significado de aquel nombre. La investigación llevada a cabo, como dije antes, fue por pura curiosidad. Y nos encontramos la no grata sorpresa de que su significado se traduce como; “cruzar”, “transgredir”, “alejarse de” o “pasar por encima de” ¡Por Dios! Menuda sorpresa nos llevamos, porque por poco y nos pasa lo que al gato.

Por fortuna ya no estaríamos ahí, ni era nuestra estricta obligación estar, mucho menos participar en su auxilio.  

Desde nuestra forzada retirada, se habían cerrado todos los compromisos, de equipo, con la correspondiente cancelación de acuerdos, y cada quien a sus propias tareas.

Nosotros teníamos las propias, que por cierto fueron a Dios gracias, nutridas y fructíferas para todos.


Carlos Padilla Ramos
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