Korima PLACE

Carlos Padilla Ramos

19. El sueño, robado, de un pueblo

Nos hallábamos laborando en nuestras oficinas, en un día común y corriente para nosotros, zambullidos en una pertinaz y circular rutina.

Elaborábamos un “Concurso de Obra”, es decir, nos preparábamos para participar en una licitación pública.

Era el miércoles, 23 de marzo de 1994. Ésta fecha dotaba de algo especial con que se impregnaba el aire sudcaliforniano, y muy en especial el de su ciudad capital; se tenía programada, bajo una apretada agenda de trabajo político, la visita del licenciado Luis Donaldo Colosio Murrieta, a la ciudad de La Paz, B.C.S.


“Yo veo un México, con hambre y con sed de justicia. Un México, de gente agraviada, de gente agraviada, por las distorsiones que imponen a la ley, quienes deberían de servirla”.

Luis Donaldo Colosio Murrieta,
6 de marzo de 1994.


“Él quería un México más justo, le ofendía y le lastimaba la pobreza, creía que los abismos de desigualdad, dividen a la nación.

El creía que tenía las respuestas para esta nación con hambre y sed de justicia. Por eso, él quería ser presidente de México”.

Diana Laura Riojas de Colosio, 25 de marzo de 1994.


La algazara política de la media península era de una real y descomunal efervescencia. Se esperaba el arribo del malogrado, y nunca olvidado, candidato priísta a la presidencia de la república, a las 9:45 de una fresca y nublada mañana; sucedía en el Aeropuerto Internacional de esta ciudad de La Paz, BCS.

La recepción era adornada por el mariachi que hacía gala de sus mejores interpretaciones musicales, y en esta ocasión tocaba, como bienvenida a la estrella del evento; “Sonora Querida”.

La comunidad priísta sudcaliforniana, y la nacional, también, ¡Lanzaban la casa por la ventana! Pletóricos de un júbilo que se les desbordaba, por la capacidad mostrada y demostrada del tal tamaño de su candidato.

Lo cierto es que la campaña electoral de Luis Donaldo Colosio, se alcanzaba a percibir, muy fuerte; entre el éxito en los manejos de imagen y una mole de verdades, a medias, que hacía llegar a las masas su omnipotente y poderosa maquinaria de difusión política. Y era por ello, que entre los priístas y los medios de comunicación, traían al país vuelto de cabeza, con éste, su tan prometedor candidato.

Yo recuerdo, de esos años, una Baja California Sur envuelta en un desastre, que a la sazón, de entre los tantos malos manejos; se presentaba una sociedad cansada, hasta el hartazgo, producto de las actuaciones de su casta política que, aunado al cúmulo de traiciones que se suscitarían entre ellos mismos, el PRI de aquellos tiempos, sería sustituido por otra oferta política, en el transcurrir de un poco tiempo después.

El ingeniero Ismael Medina Ibarra, persona con quien yo prestaba mis servicios profesionales, al igual que tantísimas otras gentes a lo largo y ancho del país, también se sentía atraído por la enorme imagen que el tricolor estaba ofertando, con Luis Donaldo a la cabeza; tomándome del brazo, me dice;

—¡Vente, flaco! Vamos a ver a Colosio. Va a estar en la explanada del Teatro de la Ciudad. ¡Vente, vámonos!
Pasamos a recoger su pick-up. Lo tenía en el lavado de carros que se encontraba justo en las afueras de la oficina. Lo abordamos. Debían ser como las once del día cuando nos trasladamos hacía el lugar donde estaba programado el magno y tan anunciado evento político.

Batallamos enormidades para encontrar, dónde estacionar el carro. Recuerdo que fue muy lejos del teatro, donde logramos encontrarlo. Caminamos de muy buena gana por entre los innumerables autos que atiborraban calles y estacionamientos, hasta la explanada del inmueble, al frente de la Unidad Cultural “Prof. Jesús Castro Agúndez”; ¡Por Dios que no cabía, ya, ni un alma más en aquel el lugar!

El ingeniero Medina terminó por desistir en el intento de ver, en persona, al candidato, y peor, al notar mi estado de enfado y desánimo, condición que no distaba mucho de la de él. Mentalmente cambio de decisión y expresó con gran ánimo al decirme;
—¡Vámonos flaco! —tomándome de nuevo del brazo— Mejor lo vemos por la televisión; con calma y hasta con repeticiones. Aquí de plano, ¡no se va poder!

Yo, poco proclive a transitar en tumultos y mucho menos en este tipo de eventos políticos, y al igual que yo, el ingeniero no tenía una inclinación muy definida, respecto de los colores en las ofertas políticas en el país, sin embargo pensábamos; “¡Colosio es otra cosa!”

Sin embargo, aun así, nos retiramos. Repetimos, ahora de regreso, la misma caminata hasta el carro. Nos regresamos a la oficina, para continuar trabajando.

El resto del día transcurrió normalmente en el trabajo. Salimos a comer y regresamos por la tarde para volver zambullirnos en la elaboración de los documentos que integrarían la licitación pública en la que trabajábamos.

Mi compromiso, en este tipo de trabajos de oficina, básicamente me involucraba en la elaboración de los documentos de aspectos económicos, técnicos y de programación de los trabajos; el resto lo hacía una muchachita que nos ayudaba como secretaria, se llamaba Arcelia y le apodaban “Bolita”. Era ella, quien se encargaba de elaborar todos y cada uno de los oficios que habían de integrarse en la propuesta técnica. Además de ir ordenándolos, numéricamente, para finalmente ser colocados en los sobres, identificados y sellados de forma inviolable, donde se guardaban, a requisitos de ley y norma.

Era un poquito tarde y ya empezaban a caer las sombras de la tarde-noche. Las luces de la oficina se encendían, cuando de pronto, entró corriendo, Mauricio (a) “el Pollo”, sobrino del ingeniero Medina; iba como loco, gritando;

—¡Tío, tío!, —sin alcanzar resuello, siguió gritando—

¡Mataron a Colosio, tío!, ¡mataron a Colosio!

Apenas alcazaba, el pobre y larguirucho chamaco, a medio respirar. Exhausto se agachaba y colocaba las manos sobre sus rodillas, cual si fuese un gran competidor de eventos mayúsculos del atletismo y recién hubiese cruzado la meta.

—¡Qué, qué! ¡No la chingues, pinchi Pollo! ¿Cómo que mataron a Colosio, cabrón? —Alcanzó apenas a decir, el ingeniero, exageradamente sorprendido.

Lo cierto es que todos los que estábamos en la oficina, en esa tarde-noche de cotidianas labores, estábamos trémulos y nos resistíamos, con enorme e increíble fuerza, a que fuera cierto aquello que nos estaban notificando.

—De veras, tío. ¡Ya deben estar dando la noticia en la televisión! Yo lo acabo de escuchar en el radio —Le informó el Pollo con el último aliento y el resuello quemándole en el pecho, antes de tomar una silla y reposar.

Ya sentado y con calma, terminó por relatar los detalles de las noticias de las que había alcanzado a enterarse. No fue mucho ni expedito el informe, por más que la atención que pusimos, en él, fuera la máxima requerida; sin embargo alcanzó para dejarnos cabizbajos, y meditabundos.

El inge Ismael, emulando un fantasma; con los hombros caídos y arrastrando los pasos en derredor, como buscando un asidero, tomó el teléfono. Llamó a su casa para pedir que le grabaran toda aquella trágica información, en video, para verla con la calma que regala el interior de los hogares.

En esos momentos las televisoras locales y nacionales, se afanaban en dar a conocer, inmersos en un gran escándalo de proporciones mega-increíbles.

Al concluir su llamada, el ingeniero recorrió con la vista a todos los que estábamos en la oficina, y nos dijo;
—¡Vámonos, ni hablar! Vamos a ver las noticias.

Todos, actuando casi como robots, nos dispusimos a abandonar nuestro lugar de trabajo ¡La noticia nos había golpeado de manera salvaje, inmisericorde. Nos dejaba en un verdadero estado de shock.

Nos despedimos, y cada quien se fue a sus respectivas casas.

Quedó flotando ese vaho de incertidumbre de; ¿Será, o no será cierto? Yo creo que el país entero, deseaba que fuera sólo una maldita broma de muy mal gusto. Sin embargo ¡Era una mugrosa y maldita verdad!

Yo también había hablado a mi casa para que grabaran las noticias. Al llegar, me acurruqué, abrazando a mi esposa, en un sillón de la sala. Ella, también guardaba un estado de incredulidad y duda. Me puse a ver lo que mi hijo había grabado. No sé cuántas veces, repetidamente, las miré. Hasta quedarme dormido de cansancio. Se trataba de un cansancio que no era motivo del trabajo. Su origen, era por otras causas; muy difíciles de discernir y mucho más, de evaluar.

Muy a la distancia. Hoy recuerdo una frase que expresara mi compadre Emilio Arce;

“De lo único que estoy seguro de ser dueño, es de mis sueños. ¡Y ésos, no me los quitarás, jamás!”

Existe, sobrada razón y profundidad en este pensamiento, sin embargo, hoy, por hoy sigo pensando que…, esta vez, ¡sí le robaron los sueños a un pueblo entero!

Por otro lado, nunca sabremos qué hubiera sido de este hombre, al frente de nuestra gran nación, y viceversa. Pero si de algo estamos muy conscientes, los mexicanos, es de lo que sus compinches, sí hicieron.


Carlos Padilla Ramos
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