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Isla San Marcos - Carlos Padilla

15. Porque se me hincharon…

En los albores de la inauguración y puesta en marcha de la unidad minera de la empresa Roca Fosfórica Mexicana, en San Juan de la Costa, en el municipio de La Paz, BCS, me tocó la suerte de conocer al ingeniero Santos Carlos Aréchiga, ingeniero minero de profesión y sudcaliforniano de origen.

Persona sencilla, muy trabajadora y generosa con todos sus colaboradores. Por los años del 82-83, fue nombrado Gerente General de la mencionada unidad minera, que era el cargo de mayor jerarquía en la empresa.

Al poco tiempo me fue asignada la beca y me retiré, de la compañía, para dedicarme a estudiar, de tiempo completo. Ya más adelante, me enteraría del retiro, del ingeniero Aréchiga, de aquella empresa minera, productora de fosforita.

La mayoría de técnicos en aquel tiempo, por así convenir a los intereses de la misma institución, fueron convocados, en su gran mayoría, desde los estados de Chihuahua y Durango, estados de nuestro México querido que cuentan con un enorme y prestigiado, abolengo y bagaje minero.

Cuando el ingeniero, Santos Carlos Aréchiga, fue nombrado gerente de la unidad, prácticamente él, era el único sudcaliforniano en el organigrama de técnicos y por supuesto que se pensaba que integraría una nueva planilla, con técnicos locales; pero no sería de esa manera. Él, decidió conservar a todos los que ya estaban. “En su cruz, llevó la penitencia”.

Cuando iniciaron mis estudios para el nivel profesional, tuvimos como apertura, un curso denominado “propedéutico”, el cual consistía en lograr la normalización en el conocimiento, de las matemáticas y de la física, de todos los alumnos de nuevo ingreso que veníamos de los diferentes planteles de bachiller de todas las regiones sudcalifornianas. En este curso, que tendría una duración de quince días aproximadamente, tuvimos la fortuna de conocer a un muchacho de nombre Mario Rodríguez Garayzar, que prestaba su servicio social y cursaba su último año de la carrera de ingeniería civil, a la cual nosotros ingresábamos. Él nos impartió el curso de física.

Al inicio de las clases de este curso preparatorio y de homogenización de los conocimientos, el grupo en que estudiaba, su último año de carrera, este muchacho, tenía programado y autorizado un viaje de estudios. Con este viaje se visitarían las instalaciones de la empresa yesera ubicada en la Isla de San Marcos, frente a Santa Rosalía en BCS. Un viaje que su grupo finalmente no realizó. Pero para que no se perdiera tanto trabajo que se le había dedicado, invitó a nuestro grupo del curso propedéutico, para que lo aprovecháramos. Y por supuesto que así lo hicimos.

Era la primera vez que yo viajaría por las carreteras sudcalifornianas, fuera de la ciudad de La Paz, rumbo al norte del estado. Aunque una buena parte del viaje fue nocturno, no dejó de ser un grande y productivo paseo.

La travesía se realizó en un pequeño, pero muy cómodo, barquito, desde las instalaciones marítimas de las Playas Negras en la costa de Santa Rosalía, hasta el pequeño atracadero en la isla de San Marcos. Este corto viaje nos proporcionó una experiencia muy grata y placentera, al navegar por las apacibles aguas del Mar de Cortés, que se engalanan con ése azul profundo, muy propio de estos mares y un maravilloso cielo azul claro inacabable.

Fue precisamente en esta ocasión, donde me tocaría saludar de nuevo al ingeniero Santos Carlos Aréchiga. Se desempeñaba como el gerente general de aquella pujante y exitosa empresa yesera de la isla. Nos atendió de manera amena y grata; nos acompañó personalmente durante el recorrido por todas y cada una de las instalaciones de la empresa y nos mostró, además, la gigantesca maquinaria con que se labora, regalándonos una extensa y sustantiva conferencia.

En el transcurso del año, o año y medio, en que estuvo al frente de la empresa Roca Fosfórica, en San Juan de La Costa, el ingeniero tomaba la muy personal decisión de someterse a una intervención quirúrgica denominada “vasectomía”. Aunque este tipo de operaciones tenía ya algún tiempo de venirse practicando, en el sector salud, como un método muy efectivo de planeación familiar y muy a pesar de tener la particularidad de ser muy sencillo de realizar, no era muy bien visto por una buena cantidad de los caballeros de esos años, o no era del ciento por ciento aceptado, por ellos. Sin embargo, el ingeniero Aréchiga tomaba la decisión de realizársela.

La realidad es que sí se trataba de una operación muy sencilla; no invasiva ni traumática, comparada con las practicadas a las damas, para conseguir el mismo fin. Que es el de la planificación familiar; ello, con la finalidad de controlar la natalidad e integrar de modo accesible y razonable, una cantidad responsable, respecto del número de hijos.

Sin embargo, todo procedimiento presenta sus bemoles y sus riesgos. En esta ocasión, el ingeniero, Santos Carlos, presentó de manera accidental un breve cuadro de infección que lo incapacitó por algunos cuantos días, posteriores a la intervención. Este desafortunado y e fortuito evento, fue motivó para su ausencia del centro de labores, a lo largo de una semana, aproximadamente. Tiempo que fue ponderado y sugerido por los galenos, para su entera recuperación, y su integración pronta a sus múltiples obligaciones de su trabajo.

Cuando se vio recuperado, a cabalidad, y se reintegró a sus labores; el entusiasta equipo de colaboradores le organizaría una reunión y convivio de bienvenida. Todo el evento salió a la perfección. Todo fue festejo, alegoría, risas y brindis. Sólo que nunca falta un atarantado. Un negrito en el arroz, se pudiera decir, también. Y esto es que, resultó que alguien, despistado, cuando se presentaba lo más álgido del ambiente del convivio, el desorientado camarada pregunta;

—¿Oiga, ingeniero, y…, por qué, no se había reportado? El ingeniero Santos Carlos volteó a ver, primero, a los todos los presentes, lanzando, con enorme parsimonia, una mirada circular, y al final, en una buena broma, le respondió;

—¡Porque se me hincharon los güevos!

Y aunque “literalmente” eso es lo que le había sucedido, la broma jugada, como respuesta, sonrojó al despistado y preguntón amigo, motivando toda clase de comentarios chuscos, y obviamente, un montón de risas y carcajadas en el resto de los presentes.



Carlos Padilla Ramos
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