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Leona Vicario - Elizabeth Acosta

Leona Vicario (1789-1842)

María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández nació en la capital del Virreinato, hija de un acaudalado español y de una no menos pudiente criolla, por lo cual es parte de la sociedad poderosa de la época. A los diecisiete años de edad perdió a sus progenitores y fue acogida por su tío, don Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, que era un muy conocido e influyente abogado, más pronto de inclinaciones realistas, en el sentido de apoyo al Virreinato.

Es una de las pocas mujeres de su época en haber recibido educación estricta y formal. Sentía una pasión especial por la lectura, así que a sus libros los llamaba sus amigos. Se puede decir en rigor que poseía una personal inteligencia, sazonada con una vasta cultura. Escribía poesía. Mujer liberal por naturaleza, se la considera una de las primeras periodistas del México independentista, con colaboraciones en El Federalista, El Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano.

Estuvo en estado de casarse con un decentísimo español -incluso llegó a firmar sus capitulaciones matrimoniales-, peninsular que contaba con el visto bueno de su tío y curador, pero la Revolución de Independencia forzó al galán a retornar a España para ocuparse de sus propios negocios. Tardó tanto tiempo en volver que ella puso sus ojos en el pasante de Derecho de su tío, don Andrés Quintana Roo, a quien andando el tiempo, desposó quizás en 1813, con el que tuvo tres hijas, la mayor, Genoveva, ahijada de Ignacio López Rayón, parida en una cueva en 1817, a la sazón nuestra heroína prófuga de la justicia, acusada de sedición.

Si doña Josefa Ortiz de Domínguez era estafeta a comienzos de la gesta libertaria, Leona Vicario puso en manos de la insurgencia incluso sus dineros y su reputación. Formaba parte de un grupo disidente denominado Los Guadalupes, red de correos entre Hidalgo y Morelos. Se sabe que con sus joyas fue comprado el material para fundir armas, tan buenas y finas como las europeas.

Seguramente las envidias por su posición tanto económica como ideológica y cultural provocaron que fuera delatada ante las autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, ya que no se curaba mucho de expresar sus opiniones anticolonialistas. Fue acusada gravemente por Lucas Alamán de haberse deshecho de sus bienes y buena fama por amor carnal, que era según el escritor el único móvil de las mujeres para enredarse en las luchas, pero ella le lanzó una férvida cuanto inteligente confutación sobre tan vergonzante y tan machista cargo, haciéndole saber a su fiscal que existía en ella un amor más profundo, que era la causa de ver libre a su patria.

Estuvo presa, no en un penitenciario común, sino en un convento, de donde fue ayudada a escapar por sus correligionarios. Vestida con prendas de hombre, maquillada y cubierto el rostro, consiguió huir de sus captores. Su tío, que gozaba de una situación holgada, obtuvo para la rebelde sobrina el indulto de las Cortes, pero ella se negó a beneficiar del mismo, por lo que de abdicar de sus ideales significaba, superen eso, feministas. Durante el largo proceso penal a que fue sometida, fue intimada en varios modos a denunciar a sus “cómplices”, a reconocer que utilizaba muchos sobrenombres, a cual más imaginativos, para conseguir contacto con los insurgentes, cosa que siempre negó; nunca delató a sus milicianos, ni aun bajo el peligro de muerte o la extraña bendición del indulto.

Anduvo a salto de mata durante varios años, entre Michoacán, Estado de México, Guerrero y Oaxaca, lugares en los que estuvo viviendo en la miseria, no obstante la cantidad de apoyos que le fueron prometidos pero que nunca le llegaron.

Recibió al final de la guerra una compensación en 1823, consistente en dinero, una hacienda en los Llanos de Apan y tres casas en Cdmx. Posee el título de Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria, inscrito en letras de oro en el Muro de Honor de San Lázaro, Palacio Legislativo.

(Con información de Wikipedia.com, archivos.juridicas.unam.mx, biografiasyvidas.com)



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