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Tienda Beauty Supply - La Paz BCS

07. El 4 de septiembre…

¡Ah!, La Paz. Nuestro arribo a la ciudad de La Paz, quién lo iba a decir; nos guardaba tantas sorpresas, tantas vivencias, tantas gentes que serían nuestros amigos y que algunos pasarían, inclusive, a ser parte de nuestra familia.

Cuando llegué a Baja California Sur inicié mi vida productiva como empleado, de piso, en una gran tienda de departamentos que se llamaba Beauty Supply, donde vendían, como dice mi mamá, todo tipo de; “triquis y cuetes”. Era una de las tiendas más grandes en la ciudad de aquellos tiempos. Nos desempeñábamos entre el dulce aroma de perfumes y cosas nuevas, envuelto además, por el agradable olor de las palomitas que ahí mismo se elaboraban y expendían. Era también, el único edificio que contaba con escaleras eléctricas, para accesar a su planta alta; irradiaba elegancia en abundancia.

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Tienda Beauty Supply – La Paz BCS
MEDIATECA INAH

Al poco tiempo de estar en ésta empresa, solicité una entrevista con el gerente. Me atendió pronto y de manera, por demás, amable. Le planteé mis planes respecto de mi futura vida. Le platiqué que era, para mí, cosa de urgente prioridad estudiar la preparatoria y que yo estimaba no le iba a afectar absolutamente en nada, a la empresa, mi proyecto de vida. Sólo le solicitaba que me permitiera trabajar de corrido y no en dos turnos, como se realizaba. Con esto podría yo contar con el espacio suficiente, de tiempo, para poder tener la oportunidad de atender mis estudios, los cuales realizaría por la tarde-noche. La respuesta fue tajantemente negativa, aunque sutilmente adornada:

—Mira, Carlitos —Tenía yo veinte, él, como cerca de los cincuenta— No está considerado dentro de las políticas de nuestra empresa, ése tipo de concesiones, para con los empleados. Y no podemos considerarlas, puesto que se generarían solicitudes al por mayor que nos provocaría situaciones demasiado complejas, y relaciones, en sumo estresantes, para con nuestras condiciones laborales contractuales.

Yo entendí que su respuesta fue; ¡No! Me regresé, inundado de tristeza, a mi puesto de trabajo. Pero, cuando pasaron unos pocos días, con el vivo intento y la plena convicción de lograr mi proyecto, regresé de nuevo para solicitar otra audiencia con el gerente. Y así fue por varias ocasiones; obteniendo siempre el mismo ¡no!, como respuesta.

En los progresos evolutivos de la empresa, al transcurrir de los días, se creó un departamento nuevo que se llamó Beauty Crédito. Fui invitado a participar, en él, por un hombre que era toda amabilidad. Se trataba del señor Jesús García. Sí, así; como el héroe y paisano de Nacozari, Sonora. Él ya sabía de mis aspiraciones en relación a los proyectos que me inspiraban para estudiar. Yo mismo lo había enterado, a lo largo de continuas y amenas charlas, en las que tuvimos la oportunidad de conocer nuestras vidas, al menos un poco, y su sugerencia siempre fue;

—¡Vete de aquí Carlitos! No te van a dar la oportunidad que buscas, aunque la merezcas y por mucho. A estas gentes, como a otras tantas, lo que menos les interesa es el progreso de sus trabajadores. Yo veo que vas a lograr conquistar tus metas. Pero, no es éste el lugar en que lo podrás realizar. Son muchas las limitaciones y poco el enfoque empresarial para generar las oportunidades como la que tú buscas y necesitas.

Sin embargo, con el nuevo compromiso adquirido, en el cual trabajaba, yo, pensaba que sí lograría conmover y convencer al gerente. Por vía de mientras, desempeñaba mis tareas repartiendo tarjetas de crédito de la empresa, a domicilio. Desde esta trinchera luchaba a brazo partido por convencer a los patrones, con mi esfuerzo. Realizaba mi actividad laboral, en una bicicleta, desplazándome por entre las calles de la ciudad, las que en esos tiempos, muchas eran de terracería y con enormes e insospechados arenales, lo mismo que interminables, por las más recónditas colonias, desde el centro, hasta la periferia de la ciudad.

Andaba, yo, siempre pensando en mi prepa. Me decía a mí mismo; “¡Sí te van a dar oportunidad! ¡Sí te la van a dar! Y más, ahora que eres el único empleado en el departamento, nadie lo va a notar, y más, aún, ahora que trabajas todo el jornal, fuera de la tienda… ¡Seguro que sí te van a apoyar!”

Por supuesto que aquello, nunca sucedió. Terminé por declinar en mis intentos y concluí haciéndole caso al gran amigo, don Jesús García.

Partí en busca de nuevas oportunidades. Se puso muy complicado, el asunto. Por muchos días, llené, llené y volví a llenar y entregar, montones de solicitudes. Visité innumerables empresas, negocios y changarros. Me enfrenté con todo tipo de evaluaciones y entrevistas, de las cuales, siempre salí con bien. Sólo que, en cuanto mencionaba mi proyecto de estudiar, la eficiencia y capacidad demostrada a través de las entrevistas y los exámenes, se iban al cuerno; ya no me volvían a llamar. Poco a poco mi estado de ánimo se veía diezmado con cada fracaso y adquiría tintes de tragedia, cada vez que esto me sucedía. Y, por supuesto, se tornaba cada vez más desesperante. Lo más grave y peor aún, eran; mi hijo y mi esposa, con quienes tenía el compromiso ineludible de atenderles y no lograba conseguir los medios, para cumplirles.

Vivíamos en la colonia “8 de Octubre”, en la primera sección. Colonia que se encontraba, prácticamente, en las afueras de la ciudad, hacia la salida sur. Era sumamente complicada su lejana ubicación, respecto al centro de la ciudad, sobre todo para los desplazamientos urbanos.

En alguna ocasión en que mi situación se había tornado, ya, agotadora e inconsolable y me encontraba cavilando, sumido en miles de conjeturas, dada mi compleja condición cesante; escuché, de pronto, el ruido al paso de un auto parlante por las calles de la colonia, justo por el frente de la casa, para ser más exactos. Aquel carro iba haciendo la invitación, a toda la población, para la pizca de algodón —Me acordé mucho de don Ramiro Palafox, en ese instante— Al punto salí a la calle y abordé al chofer para solicitar mayor información; me contraté de inmediato.

El predio se ubicaba en las tierras denominadas, Los Bledales; por el otro lado del bordo de protección. Donde hoy se encuentran las colonias; Santa María, Américas y Villas del Encanto, en el, ahora, desaforado crecimiento urbano de la ciudad. Allí se veían las parcelas luciendo un verde que se iba apagando poco a poco, para dejarle paso franco al blanco inmaculado de las motas de algodón. Conseguí, no recuerdo ni cómo ni dónde, un costal, y me fui a pizcar.

Me asignaron mi surco y me acomodé la bolsa sujetándola a mi cintura. Respiré profundo, me incliné e inicié, con ahínco, aquella labor que traía a mi espíritu añoranzas de mi tierra. Y revoloteaba por mi cabeza la posibilidad de paliar, por fin, las necesidades del hogar y mi familia. Al tener lleno el costal lo sujeté, zunchando su boca, y me la eché al hombro. Caminé, bamboleante y bailón, a lo largo de mi surco.

Por mera y fortuita casualidad; al ir a pesar el costal conteniendo la carga del algodón pizcado, la persona que se hallaba pesando y apuntando me confundió con otra persona, que él conocía. Afortunadamente, fue para bien. Le despejé sus dudas y lo saqué del error en su apreciación. Sin embargo, platicamos un poco, y de rato; le estaba planteando de mis aspiraciones y proyectos respecto de los estudios y escuela. Muy interesado de mis planteamientos y visiones futuras, me sugirió una empresa llamada Rofomex. Se trataba de una empresa minera, denominada; Roca Fosfórica Mexicana, S.A. de C.V.
—Fíjate que mi novia trabaja en esa empresa y me comentó, precisamente, ayer por la tarde, cuando estuve de visita en su casa, que necesitan una persona para que haga el aseo en las oficinas. Pero, pues…, no sé, si ése tipo de trabajo te interese.
—Pero, ¡por supuesto que me interesa! —le contesté, con dos luces de alegría que se dibujaban al fondo de mis pupilas— ¿Qué no ves, dónde ando, amigo?

Se rio de buena gana. Me dio la dirección y el rumbo; y a toda prisa, y sin perder tiempo, fui hasta el domicilio que me había proporcionado.

Cuando llegué a las oficinas me encontré con un enorme y vistoso edificio. Me presenté en la recepción. Expuse el motivo de mi visita y me pasaron con un licenciado, de apellido Luna. Era quien se desempeñaba como el gerente de recursos humanos y era, él, el encargado de las contrataciones y liquidaciones de todos los trabajadores. Le planteé mi situación y de inmediato, me dijo;

—¡Perfecto, muchacho! Sí, que nos está haciendo muchísima falta. ¡Póngase, por favor, inmediatamente a trabajar!
—¡Oiga!, pero no traigo todos los documentos que me piden —le dije, un tanto sorprendido, pero loco de alegría.
—No importa, no importa, joven. ¡Ya los traerá mañana! Pero…, ¡Póngase, por favor, a trabajar, ya!

Me habilitaron con una escoba y un mechudo curado con aceite, que negreaba como abismo y pesaba como un saco de cemento. Además de una enorme cubeta y unas cuantas jergas para realizar la limpieza de escritorios y cristales. Armado con mis nuevas herramientas, arremetía, en ese mismo instante, con singular actitud y frenesí, el inicio de mis nuevas tareas.

Se disipaban mis tantas preocupaciones de desempleo, por fin. Me sentía pleno, y con el pecho a reventar de regocijo, me enorgullecía contemplar, como cosas del pasado, todas las limitaciones a que había sometido a mi familia.

Recuerdo que transcurría el día 4 de septiembre de 1980, en el calendario. Por fin tenía trabajo y con horario cómodo para poder combinar, con él, mis proyectos anhelados de estudiar la preparatoria. Como una mera casualidad, muy reconfortante, por supuesto, era también mi primer día de clases, en la “prepa nocturna”.


Carlos Padilla Ramos
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